26 abril: Rapapolvo
- Javier Garcia

- 10 may 2020
- 2 Min. de lectura
Me había propuesto aparcar por un tiempo el discurso crítico de días pasados. Lo siento, pero parece que me ha abandonado la inspiración satírica, y no hallo entre mis recursos dialécticos la socarronería que acostumbraba; todavía me sale ese tono áspero que, desafortunadamente, casa tan bien con la actualidad.
Esta cruel experiencia está teniendo algo de positivo: desnudar las vergüenzas de muchas instituciones que llevaban demasiado tiempo sin ser juzgadas con la severidad que se merecían. Empecemos con la Organización de las Naciones Unidas: ya sabíamos que, en siete décadas de existencia, no había conseguido “ desescalar” (me estoy contagiando, pero no es del coronavirus) conflicto bélico alguno, pero ahora las circunstancias se le habían puesto como las carambolas a Felipe II: una crisis global sin agresores ni agredidos. Ni por esas: ha confirmado su incapacidad de nuclear, y más, de liderar iniciativa internacional alguna. Lo mismo se puede decir de su apéndice del ramo, la OMS, cuyo protagonismo se limita a dar ruedas de prensa tan sinsorgas como sus responsables.
Sigo con los “líderes del mundo libre”, los USA, cuya degradada democracia ha encumbrado a la magistratura más alta del estado a un negacionista de todo lo evidente; así que ahora solo pueden destinar sus esfuerzos a apagar los incendios provocados por el pirómano. No vaya a ser que, para acabar con el virus, sus incondicionales votantes se inyecten el detergente en vena o se achicharren con los UVA a la máxima potencia.
¡Y qué decir de la pobre Europa! Ya teníamos constancia de que solo era un club de mercachifles codiciosos, incapaces de compartir un mínimo proyecto político. Lo que no sospechábamos es que las heridas de la Reforma y la Contrarreforma del siglo XVI aún supuran odio y xenofobia.
En España la que más se ha lucido en estos tiempos convulsos ha sido la monarquía que, inerme ante la iniciativa de un fiscal suizo, ha decidido poner sordina a su decadencia confundiéndola entre el estruendo de muertos y hospitalizados.
No le ha ido a la zaga en lo desafortunado de su actitud la derechona heredera del franquismo que, una vez más, ha apostado por sacar rédito político del sufrimiento ajeno.
Podría seguir con esta letanía en negativo un rato; la lista de los desacreditados por esa insignificante cadena de nucleótidos es muy larga: la Iglesia Católica, ya lo dije; la sanidad privada, que despide profesionales cuando más se los necesita, la prensa carroñera... Pero ya está bien por hoy; a ver si mañana brilla más el sol.

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