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25 octubre (2): No éramos tan buenos como nos creíamos

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 25 oct 2020
  • 3 Min. de lectura

Marzo de 2008, el entonces Lehendakari Ibarretxe y Pedro Luis Uriarte, antes consejero del Gobierno Vasco y consejero delegado del BBVA, convocan en el Palacio Euskalduna de Bilbao a la flor y nata del empresariado vasco para la puesta de largo de la Agencia Vasca de la Innovación, INNOBASQUE.

Eran tiempos de euforia, pese a que la burbuja de las subprime ya había estallado y Lehman Brotthers quebrado, en Euskadi se crecía a buen ritmo merced a una industria pujante. Efectivamente, las empresas de nuestro país habían incorporado rápida y eficazmente las modernas técnicas de gestión, siendo líderes casi mundiales en el nivel de implantación de los sistemas de calidad, just in time, 5Ss, etc. Así que fabricábamos con garantías y competitivamente. Fue precisamente en medio de ese clima favorable cuando el antiguo banquero comunicó, a más de tres mil representantes del sector productivo, que la agencia que se ponía en marcha, y que él presidiría por un tiempo, tenía por propósito transformar al País Vasco en la región europea más innovadora.

Entonces, y por sorprendente que ahora parezca, nadie osó objetar o poner en duda la viabilidad de semejante objetivo. Y es que España había superado a Italia en el PIB, pedía plaza en la cita anual de Davos y, en otro orden de cosas, era el paradigma mundial en la gestión de los trasplantes de órganos. Por si esto fuera poco, la industria vasca era puntera en el estado y nuestro sistema de salud funcionaba aún mejor que el dirigido por Madrid. Así que muchos se atrevieron a afirmar que contábamos con uno de los sectores manufactureros más competitivos del mundo y con la mejor sanidad pública del orbe; desde luego, por aquel tiempo, el grado de satisfacción de los pacientes vascos rozaba el sobresaliente y todo el mundo parecía vivir en el Edén de las cosas bien hechas.

La euforia del momento impedía cualquier análisis medianamente crítico de las fortalezas y debilidades de nuestro sistema productivo; a pesar de que, como ahora, también entonces eran evidentes el escaso peso del producto propio, el modesto valor añadido de nuestras manufacturas, la escasez de patentes tecnológicas y el monocultivo de la transformación metálica. Éramos, en fin, unos buenos mandados, capaces de ejecutar, correctamente, en los plazos debidos y a buen precio, lo que otros concebían. El tiempo, claro, nos ha ido poniendo en nuestro sitio; porque terceros países empezaron a producir tan eficaz y eficientemente como nosotros y, además, dependían de unas leyes laborales más laxas y sus trabajadores cobraban todavía menos.

No es que la amenaza no se viera venir. De hecho, nuestra administración, confiando en en nuestras fortalezas, apoyó sin reservas un buen número de iniciativas público-privadas destinadas a la creación de grandes empresas e, incluso, a la promoción desde la nada de sectores económicos sin ningún peso anterior en nuestro país. Prácticamente todas fracasaron estrepitosamente, y alguna ha pasado por las horcas caudinas de los tribunales.

Pero lo peor estaba por llegar; no solo las nuevas propuestas naufragaron sistemáticamente, sino que, además, aquellas corporaciones que eran el orgullo del país, nuestros buques insignia, fueron cayendo paulatinamente en manos de capital extranjero. Poco importaba ya que mantuvieran sus nombres originales, con apelaciones a su vieja identidad vasca, lo cierto es que sus nuevos dueños eran desconocidos inversores de cualquier parte del mundo. Nuevos propietarios que, por supuesto, en cuanto han visto llegar los malos tiempos en los que nos hemos sumergido, han plegado velas y están procediendo a “adelgazar” muchas de sus sucursales en Euskadi; después de todo, lo importante para ellos es mantener a sus matrices a salvo.

No necesito explicaros la situación actual, en plena alarma sanitaria, asistimos a la quiebra de la atención primaria, incapaz siquiera de atender telefónicamente en plazos razonables, y a la precaria supervivencia de la actividad industrial, agarrada al clavo ardiente de los ERTEs. Nada bueno cabe esperar en el corto plazo, con el sector automovilístico, principal destinatario de nuestra producción, sumido en una crisis existencial.

En junio de 2019 éramos, en el ranking oficial de innovación de la Unión Europea, la región 132, entre las 238... y bajando.

 
 
 

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