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25 diciembre 2022 (2): Entre langostinos y turrones

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 25 dic 2022
  • 3 Min. de lectura

Mientras nos atiborramos de antiácidos para pasar los desmesurados ágapes de estos festivos momentos del año, el mundo tampoco digiere bien el copioso atracón de pobreza y sufrimiento que, pese a los protectores gástricos de los que ahora se dispone, sigue padeciendo, sin que haya el menor indicio de que vaya a abandonar tan malos hábitos u observe el debido tratamiento.

En los lares ibéricos, por si no fuera poca la indigestión de los polvorones, también nos hemos dado un festín legislativo: hasta diecisiete nuevas leyes han pasado uno o varios de los trámites necesarios para su entrada en vigor, no sin antes mostrarnos la gastritis crónica de la derecha, incapaz de digerir cualquier cambio que lleve el aliño de las especias de la igualdad y la modernidad.

En el ámbito europeo apenas acabamos de salivar todo ese espeso y contundente cocido de los sobornos a los parlamentarios comunitarios que, mucho se teme la institución concernida, lo habrá a calderadas, porque hasta ahora solo se ha servido el caldo; veréis cuando lleguen las legumbres y los sacramentos.

Pero es que en otros lugares del planeta tampoco se libran del efecto de los excesos en la mesa. Rusia, que es poco de cocinar y mucho de embutidos, no termina de pasar el fiambre ucraniano, ni bien lubricado del mejor vodka, vaya por dios, iraní. A China se le están atragantando las tres delicias del fin de la era del crecimiento vertiginoso, la inacabable reunificación y la supresión de las restricciones covid. Por supuesto que los Estados Unidos siguen a lo suyo, y parece que no se aburren de tanta hamburguesa insalubre y astringente, elaborada con el mondongo de la desregulación y la miseria de muchos, el queso de la privatización de todos los servicios esenciales y la lechuga de la hipócrita corrección política; acabarán con cáncer de colon.

Por lo demás, esta es la época dorada del comercio global, la compra telemática vive horas de paroxismo y lo mismo te hace llegar langostinos de Sanlúcar que te envía unos misiles Patriot de nada, porque esos pobres y menesterosos fabricantes de armas también tienen derecho a garantizarse el beluga de sus hijos.

Igualmente de pesada está siendo la digestión del Mundial de fútbol, insólito plato en estas fechas que corren, ya que hasta ahora solía compartir menú con gazpachos y otras sopas frías. El caso es que ni los ganadores ni los derrotados están mostrando buen estómago; los primeros, tal vez beodos de gloria, edulcorados por el dulce de mala leche y más acostumbrados al sometimiento y la escasez, andan por ahí vomitando resentimiento y revanchismo mal contenido, mientras que a los segundos, habituados a ganarlo todo, la dieta impuesta les está generando intolerancia y piden que, por lo menos el postre, se vuelva a servir, ahora con un pomposo nombre en francés que eleve la cuchipanda a la categoría de la alta cocina.

Por supuesto que en el lapso entre almuerzos y cenas corren las peladillas de los abusos sexuales de los eclesiásticos, la violencia machista, los desahucios y el capítulo enésimo del culebrón del desmantelamiento de la sanidad pública. Y ya se sabe que comer entre horas no es nada saludable.

Menos mal que tenemos al Banco Central Europeo, cual Grinch, némesis de Papá Noel, y su señorita Rottenmeier, aguafiestas por excelencia, que nos están subiendo los tipos de interés para que no vivamos por encima de nuestras posibilidades, moderemos nuestros banquetes de Trimalción y las langostas solo se las coman sus estómagos agradecidos.

 
 
 

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