25 abril 2021 (2): Tambores de guerra
- Javier Garcia

- 25 abr 2021
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El monográfico informativo que venimos sufriendo durante el último año nos ha velado la irrupción de una inquietante sombra: la de una tensión internacional creciente. Así, Ucrania, apoyada en la Alianza Atlántica, acaricia la posibilidad de recuperar para su soberanía los territorios que, hace unos años, Rusia le arrebató. Y, con ese objetivo, está facilitando la instalación en su suelo de bases, dispositivos y sistemas tecnológicos estratégicos, tanto de ataque como de defensa. Con el evidente propósito de disuadir de esas intenciones y enrocarse tras lo conquistado, su vecino oriental acaba de dar por finalizadas unas gigantescas maniobras militares en las proximidades de las fronteras en litigio y en el Mar Negro. Pero es que las cosas no están mejor en las costas sudorientales del continente asiático; porque ahí miden sus fuerzas los Estado Unidos y China con el pretexto de la territorialidad de las aguas en disputa y el contencioso nunca resuelto de Taiwan. No pasa un solo día en el que un avión chino de combate no escolte a otro de reconocimiento norteamericano, o que un par de fragatas con distintas banderas no se vean las caras y hasta se lancen algunas salvas... y no precisamente de bienvenida.
Por supuesto que tampoco cesan las mutuas provocaciones entre Israel y los árabes pro occidentales, de un lado, e Irán y sus milicias afines del otro.
Completa el deprimente escenario internacional un montón de incidentes diplomáticos por los que los embajadores respectivos son llamados a capítulo o se procede a la expulsión de funcionarios extranjeros declarados "non gratos".
El problema de fondo es, por supuesto, esa guerra soterrada, pero mucho más relevante que la explícita, que se dirime en los alberos de la tecnología y de la economía. Con la desaparición de la Unión Soviética, la extrema debilidad en la que se sumió la Rusia postsoviética y aquella China fábrica del mundo, pero con escasa influencia económica global, pareció que nunca más volveríamos al terrible escenario de la Guerra Fría y la amenaza del holocausto nuclear. Pero las cosas han cambiado radicalmente: Rusia ha recuperado su orgullo imperial y China ha dejado de ser la bien mandada para amenazar el liderazgo mundial de los Estados Unidos, incluso en algunos ámbitos en los que los norteamericanos se consideraban hasta hace poco intocables (léase las tecnologías de telecomunicaciones 5G, inteligencia artificial, etc.). Por estas razones, vuelven los bloques y las políticas de confrontación; bloques que ahora no representan dos formas completamente distintas de organización socioeconómica, toda vez que en ambos impera la sociedad de mercado, pero que sí discrepan en un aspecto fundamental: mientras en los países occidentales la política es la subordinada de la economía, en el conglomerado oriental la economía sirve a los propósitos políticos. Se trata de dos formas irreconciliables de ver el mundo, tan inmiscibles como lo fueron el capitalismo y el socialismo de la postguerra.
En fin, que muchas cosas, y muy relevantes, están cambiando ante nuestras propias narices sin que las pituitarias, saturadas por el hedor de la pandemia, adviertan las tales mudanzas ni la opinión pública se manifieste contundentemente contra todo atisbo de belicismo, venga de donde venga. La guerra nunca es legítima y la paz es el bien supremo; no hay nada que justifique la privación del derecho a la vida y, sin la égida de la no violencia, no es posible el progreso ni la lucha contra la pobreza, la contaminación o el cambio climático.

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