25 abril 2021 (1): La marchita flor del floreciente
- Javier Garcia

- 25 abr 2021
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Que me perdonen mis seguidores, y especialmente seguidoras que, me consta, me obvian cuando hablo del deporte del balompié, pero esta semana no puedo ignorar el fiasco protagonizado por el proyecto de la Súper Liga europea de fútbol. No es ningún secreto que, este que era deporte, hacía mucho tiempo que no daba un paso atrás hacia su conversión en un espectáculo sin más propósito que el enriquecimiento de sus promotores. Efectivamente, primero se posibilitó la libre circulación de la "mercancía" (los jugadores) mediante aquella famosa sentencia judicial que impuso la desde entonces denominada “doctrina Bosman”; después irrumpieron las televisiones con su "pay per view"; más tarde los clubes deportivos se transformaron en sociedades anónimas y, finalmente, se crearon las distintas ligas europeas, como chiringuito privado de los equipos contendientes, con el propósito de relegar a las federaciones a un papel subsidiario de soporte al fútbol de base y sostén de las selecciones nacionales (vamos, la sempiterna socialización de las pérdidas).
En las circunstancias actuales, y con el golpe que el fútbol en vivo ha recibido por la prohibición expresa de la presencia de espectadores en las gradas, las grandes marcas de este negocio creyeron había llegado el momento de lanzar el proyecto que, durante más de un lustro, llevaban mascando: una competición de nivel continental, completamente independiente de la federación (la UEFA), limitada a los pocos grandes socios que tuvieran capacidad financiera para participar en la iniciativa y acaparadora de la práctica totalidad de los contratos televisivos y los réditos publicitarios.
Parecía todo muy lógico, muy en la línea del neoliberalismo arrollador que ya había privatizado las "commodities" (agua, energía y comunicaciones) hace décadas y que ahora estaba asaltando con notable éxito los últimos reductos de la educación, la sanidad y la asistencia social. Como en todos esos "mercados", y sin la menor consideración para con los perdedores, estos codiciosos oligopolistas pretendían barrer para sí las escasas migajas con las que sobrevivían los clubes más modestos y, de paso, descabalgar de cualquier capacidad de decisión a las administraciones públicas de las que, por cierto, tanto se han servido para la consecución de jugosas exenciones fiscales, generosas subvenciones y escandalosas recalificaciones de terrenos, otrora no edificables. Coronaba este sensacional negocio el "boom" experimentado por las apuestas "on line" (¿alguien tiene alguna duda de que los propietarios de esos clubes tienen representación, aunque sea por inconfesable delegación, en los consejos de administración de estas opacas organizaciones?)
Lo que estos magos de las finanzas habían pasado por alto, parece mentira que fueran tan parvos, es que este espectáculo lo es en la medida de que se compita, de que los campeones lo sean en el contexto de una disputa limpia (al menos que lo parezca), reglamentada y supervisada por organismos independientes de los contendientes. De la misma forma, también ignoraron que al fútbol aún lo rodea un aura romántica por la que una fracción más que significativa de aficionados todavía dispensan una admirable fidelidad al club de sus amores, con independencia de sus resultados deportivos y que, en numerosas ocasiones, aborrecen a los equipos más poderosos y su insultante superioridad.
Estos arrogantes olvidaron, en fin, que el fútbol no es la lucha libre y que quienes pagan por verlo no se dejan deslumbrar por regates increíbles o chilenas imposibles; que lo que excita sus pasiones es un partido igualado, jugado a cara de perro, lleno de alternativas y goles, donde el grande, para serlo, debe derrotar al pequeño en el terreno de juego, y no excluyéndolo de la lid en los despachos.
Aunque sea un pequeña escaramuza, casi irrelevante en el contexto de una guerra que los débiles estamos perdiendo por goleada, me alegro sobremanera de este contratiempo sufrido por esos ensoberbecidos especuladores. Por una vez, y aunque no sirva de precedente para nada posterior, se les ha marchitado su flor.

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