24 mayo (2): Máscaras chinas
- Javier Garcia

- 24 may 2020
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Cuando era niño, a los chinos les negábamos tres cosas: la mayoría de edad -eran cabezas de chinitos las huchas que lucían sobre las mesas de mis monjitas-, protagonismo histórico -el único chino que conocía era Fu Manchu, despiadado psicópata cinematográfico interpretado, atención al detalle, por unos señores londinenses (a la manera de nuestros Baltasares, representados en las cabalgatas de Reyes por cualquier concejal pintarrajeado)- y, sobre todo, su individualidad. No éramos capaces, decíamos, de distinguir a Bruce Lee de Zhou Enlai. Y, menos, si se escondían bajo las máscaras de su teatro tradicional o se embutían en el célebre traje Mao, agitando su misal y saludando todos a una, gorritas al viento.
Las cosas han cambiado mucho. Por la cuenta que nos trae, reconocemos a Xi Jinping y tememos su poder porque barruntamos que no está lejos el día que patroneen el mundo.
Como nuestra sociedad está de rebajas, ya no nos ocupan las máscaras, sino las mascarillas. Y, ¡qué faena! Cuando más las necesitábamos, estos taimados orientales, que tenían el oligopolio de su producción, se reservaron la mayor parte del stock, especulando con el defectuoso material restante y la complicidad de intermediarios sin escrúpulos.
Ahora que cualquier bajo acoge un taller de confección de este profiláctico sanitario, se ha impuesto su uso en los espacios públicos. Malicio que, para una vez que los chinos habían dejado a un lado su secular colectivismo, y apostaban por liderar el mercado de los algoritmos y las aplicaciones para el reconocimiento facial, nosotros, como con el 5G, les hemos querido frustrar el negocio ejerciendo de chinistas indiferenciados embozándonos con sus mascarillas.

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