24 enero 2021 (1): A dos patas
- Javier Garcia

- 24 ene 2021
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Un infausto día de hace muchos, muchos años, un antecesor nuestro tuvo la extravagante ocurrencia de alzarse sobre sus extremidades traseras y caminar sobre dos patas. Aquella primera intentona fue, sin duda, torpe, vacilante, hasta patética. Pero eso de mirar desde más arriba tenía un no sé qué de vanidosa sensación de preeminencia que satisfizo su ego, la mayor debilidad de nuestro género. Así que, desde aquel nefasto momento, nos domina un ansia incontrolable de ascender, de elevarnos sobre nuestros semejantes y el entorno para llegar a contemplar no se sabe qué ignotos lugares, solo revelados desde la privilegiada atalaya del bipedismo. Nos subyuga, en fin, la estulticia de creernos por encima de lo que se ve más abajo.
Como la selección natural obra transformaciones increíbles y, al parecer, eso de mirar por encima del hombro tenía, desafortunadamente, alguna ventaja competitiva, lo hemos incorporado al acervo genético de modo que, siendo aún bebés, ya nos aferramos a los barrotes de la cuna para alzarnos desde la horizontal, conocer más mundo y contemplar a nuestra mascota más abajo; un poco más adelante, pagamos con gusto el precio de los chichones durante el iniciático rito del deambular titubeante, ya libres de los protectores brazos de nuestros predecesores.
En cuanto pisamos el jardín de infancia y podemos medirnos con nuestros iguales, ansiamos crecer más rápido que ellos; en lo físico y en lo intelectual. Admiramos y envidiamos la elevada estatura y peleamos por las mejores calificaciones; si es preciso, copiando en los exámenes.
Ya sometidos a la maldición bíblica de ganar el pan con el sudor de nuestra frente, nos enfrentamos a la carrera interminable del escalafón, y soñamos con el ascenso a cualquier jefatura de tres al cuarto. Y lo económico no es, en la mayoría de los casos, el principal motor de esta ansiosa competición, lo que realmente buscamos es la posición elevada, el púlpito desde el que vomitar nuestras sandeces con la seguridad de que, quienes nos han de escuchar desde los niveles inferiores, no objetarán órdenes erradas o propuestas inconsistentes.
Así que subimos, subimos... hasta que alguien nos dice que nos bajemos de la parra; que nuestras facultades para la escalada ya flaquean o que hay otros con mejores agarraderas. Total, que para cuando queramos darnos cuenta, y pese a que nos resistamos con todas nuestras fuerzas, habremos desandado buena parte de la ascensión a la par, ¡ay!, que perdido la apostura y aproximado la posición de nuestra espalda a la de aquellos ancestros sin veleidad de estirados. En lo intelectual se recorre el mismo camino de regreso: volvemos a la condición de infantes, primero, y de lactantes, después.
Nos espera, amigos, el decúbito supino, nuestro estadio definitivo para toda la eternidad. Menos mal que, mientras que llega la hora de acostarse, se me han abierto los caminos ascendentes de las montañas; sus cumbres son de verdad: están hechas de roca y vegetación y, para coronarlas, no hace falta someter a nadie; más aún, conquistarlas en compañía reporta un plus de felicidad.

yo duermo en decubito prono pero para tomar el sol decubito supino, eso si la cabeza a la sombra...