24 agosto 2025 (1): Prometeo no robó el fuego a los dioses para esto
- Javier Garcia
- 24 ago
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Esta semana han empezado a remitir los dantescos incendios que han arrasado más de ciento veinte mil hectáreas en Ourense, León, Zamora y Cáceres, y extendido su impacto a Salamanca y Asturias, aunque con menor virulencia.
Es hora de hacer balance de los cuantiosísimos daños producidos y, sobre todo, de sacar conclusiones y aplicar las enseñanzas acumuladas para prevenir catástrofes de similares dimensiones en el futuro.
Lo primero que hay que hacer es reconocer la evidencia: el cambio climático ya está aquí y los veranos incendiarios serán abrumadora mayoría a partir de ahora. Si a eso sumamos primaveras lluviosas, como ha sido el caso este año, crecen desmesuradamente la maleza y las herbáceas para luego secarse y actuar de propagadoras de las llamas tan eficaces como la yesca. Vistas estas desgraciadas condiciones de contorno y la actuación irresponsable o, incluso, dolosa, de muchos inconscientes o pirómanos, sin más razón que la ignorancia osada o la maldad, propongo:
Que los gobiernos, a todos los niveles: Unión Europea, España, Comunidades Autónomas, Diputaciones y Ayuntamientos, se pongan a colaborar de una vez, sin anteponer griescas entre los distintos partidos a la resolución del problema, y aflojen sus arcas para poder acordar y vertebrar una política medioambiental que enfrente las que son ya inevitables consecuencias del aumento desmesurado de la proporción de dióxido de carbono, y otros gases de efecto invernadero, en la atmósfera. Eso entre, otras medidas, involucra: incrementar notablemente las partidas presupuestarias destinadas a preservar el medio amenazado, previniendo las catástrofes y contando con medios adecuados para combatirlas cuando, a pesar de la profilaxis aplicada, se desencadenen; legislar y reglamentar el uso de los espacios naturales, públicos o privados, para que, por ejemplo, se acabe con la silvicultura intensiva a base de especies foráneas, rentables económicamente, pero fácil pasto de las llamas; emprender iniciativas públicas que cuiden los montes, ahora que la despoblación y la desaparición de la agricultura y ganadería de subsistencia han privado a amplias zonas naturales del mimo proporcionado por sus antiguos pobladores; reformar los códigos penal y civil para que desaprensivos imprudentes y sinvergüenzas del peor cariz paguen con la cárcel y su patrimonio el daño infligido; definir y poner en marcha un plan nacional de reforestación con especies autóctonas de lento crecimiento y de otras, tal vez no propias, pero bien adaptadas a la mutación paisajística que el aumento de las temperaturas está impulsando; y, finalmente, extremar la vigilancia, mediante el aumento de los recursos con ese propósito, para detectar los incendios en sus fases embrionarias e identificar y detener a los culpables, si los hubiere.
Como han dicho algunos de los infortunados afectados, los incendios se extinguen en invierno, mucho antes de que se declaren.
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