24 abril: ¡A desescalar!
- Javier Garcia

- 10 may 2020
- 2 Min. de lectura
El Gobierno ha decretado, y el Parlamento aprobado, una nueva prórroga del confinamiento hasta el diez de mayo. Con toda probabilidad será la última, ya que los países vecinos planean el regreso a la normalidad en parecidas fechas.
¿He dicho a la normalidad? ¡Qué va! Lo que seguirá es “desescalar”; un neologismo creado ad hoc para estas circunstancias que era rechazado por la RAE en fechas tan recientes como principios de abril y ahora disfruta de plena aceptación.
Lo que nos vienen a querer decir con el palabro es que, mitigadas, van a seguir vigentes diversas cauciones frente al contagio.
Sobre la naturaleza de esas medidas post confinamiento se ha desatado una verdadera ceremonia de la confusión: el Gobierno insinúa y medios y propaladores de bulos se apresuran a pulsar el grado de aceptación de esas posibles alternativas.
Hemos oído, entre otras ocurrencias: limitar el aforo de los bares, en función de su superficie, supongo; imponer fronteras físicas, léase algún tipo de mamparas, entre las mesas de los restaurantes; obligar a los clientes de los hoteles a tomar el desayuno en sus habitaciones; implantar un numerus clausus en playas, cuando no barreras entre los bañistas...
Me temo que quienes todo esto proponen no conocen el alma humana, no han reflexionado sobre la utilidad de tanto sacrificio, ni tampoco han cuantificado las dificultades que habría que superar para la puesta en práctica de tanta coacción.
Los bares, estimados amigos, son los templos de la camaradería; la gente los frecuenta precisamente para estrechar vínculos y liberar emociones negativas. El goce de la gula otorga igual relevancia al continente que al contenido, así que es del todo absurdo degustar exquisiteces encajonados entre mamparas de locutorio carcelario. La gente, en fin, no elige un bello hotel para no disfrutar de todas sus instalaciones, ni entiende las playas sin rebosar de desnuda carnalidad.
El despropósito se hace más patente si las referidas medidas, de consecuencias económicas dantescas y todas ellas restrictivas del ocio, no se acompañan de sus equivalentes en los entornos laborales y en el transporte (ambientes, dicho sea de paso, mucho más propicios al contagio).
Para rematar mi escepticismo no hay que dejar de lado las cuestiones prácticas. He buceado en internet y, en tiempos muy recientes, todos los cuerpos de seguridad del estado sumaban 238.000 agentes frente, por ejemplo, a 277.000 bares.
Quede claro que este no es un llamamiento a la desobediencia, ni una apología del anarquismo liberal. Si la gravedad de la pandemia lo exige, debería perdurar el confinamiento actual que, por la evolución observada, está surtiendo el efecto perseguido. Lo que a mi parecer no es viable es la desescalada gradual; desescalar es un verbo que se conjuga en digital, quiero decir que solo se puede retornar a la casi completa normalidad bajando un solo escalón.
Frente al grito de ¡A desescalar! A mí me gusta más el de Daniel Viglietti: ¡A desalambrar!

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