23 agosto (2): ¿De dónde venimos y a dónde vamos?
- Javier Garcia

- 23 ago 2020
- 4 Min. de lectura
Estos famosos interrogantes han ocupado las mentes más preclaras durante milenios, pero yo, mucho menos inteligente y más pedestre, voy a recapitular lo que ya sabemos: la Tierra es una gigantesca nave espacial en la que, hasta la fecha, viajamos sin poder confiar en ningún otro "tour operador". Su movimiento, ya lo sabemos, es harto complicado, porque giramos en torno al Sol a la nada despreciable velocidad de casi 30 Km/s (alrededor de 3 veces la velocidad de escape de nuestro planeta). A su vez, nuestra estrella se mantiene en órbita alrededor del centro de gravedad de la Vía Láctea, tardando unos exasperantes y aproximados 250 millones en completar una sola vuelta... pero a la impresionante velocidad de 212 Km/s. Y aquí no acaba la cosa, porque la Vía Láctea pertenece al denominado Cúmulo Local de galaxias, que se mantienen unidas gravitatoriamente y deambulan las unas con respecto a las otras en la compleja danza de los muchos cuerpos. Sabemos, eso sí, que la M31 de Andrómeda y nuestro hogar cósmico se acercan a unos 130 Km/s (no hay que inquietarse porque tardarán unos 5.000 millones en colisionar y, cuando lo hagan, serán poco probables los choques estelares y nuestro Sol, ya en su estadio de gigante roja, habrá acabado con todo indicio de vida en su vecindad más próxima). Pero aún hay más, el Cúmulo Local, perteneciente al mayor Cúmulo de Virgo, parece que se dirige hacia un "Gran Atractor" desconocido (una zona del universo de mayor densidad) a la increíble velocidad de 600 Km/s. Si fuéramos capaces de determinar direcciones y sentidos de todas estas componentes de nuestro movimiento, que no lo somos, podríamos trazar el vector velocidad que nos inquieta, suma de todas las mencionadas; pero... ¿respecto a qué sistema de referencia? No lo hay, porque el universo es isótropo y homogéneo; es decir, que muestra las mismas propiedades con independencia de la dirección en la que lo observemos y que, a gran escala, se aprecia monótono en cuanto a la distribución de la materia y la energía que lo constituyen, sin que se le intuya límite ni lugar preferente alguno. Peor aún, ahora sabemos que el propio tejido del que está constituido el espacio-tiempo se dilata acelerada e indefinidamente, de modo que todas sus grandes masas se alejan las unas de las otras a velocidad creciente y en proporción directa a la distancia que las separa (la constante de esa proporcionalidad es la denominada "constante de Hubble", que sigue mostrándose elusiva a su medida precisa).
Todo esto en cuánto al dónde. En lo que al cuándo respecta, habréis leído algo sobre el origen del universo, del sistema solar, de las condiciones que pueden propiciar la evolución biológica, de lo azaroso que es que un planeta mantenga por miles de millones de años su ambiente favorable para la vida y que esta alcance los niveles de consciencia que poseemos... Lo que nos enseña todo esto que sabemos de nuestro pasado es que en modo alguno las cosas discurrieron siguiendo un plan preconcebido, finalista, así que, permitidme el trabalenguas, no tiene sentido que le busquemos sentido al hecho de que seamos y de que estemos aquí. Dicho esto, y por no recapitular la historia de la humanidad desde el principio, venimos de una gran guerra mundial al término de la cual, y por la necesidad perentoria de superar el estado ruinoso del solar europeo, se suscribió un tácito nuevo pacto social por el que, resumiendo, se optó por el estado del bienestar para toda la ciudadanía. Poco duró ese idilio entre las distintas clases sociales y, cuando el modelo supuestamente alternativo (nunca lo fue) colapsó, los poderosos se apresuraron a recuperar el terreno perdido. Desde los años setenta para acá se ha ido profundizando en una creciente desigualdad; inmersión en la que todavía no se adivina fondo alguno. Mientras tanto, la ciencia, aquella en la que confiábamos para que nos liberara de las penalidades que secularmente ha sobrellevado el ser humano, no ha avanzado lo que se esperaba. Sí, ya sé que la opinión preponderante es justamente la contraria, pero me permito recordar que en los últimos setenta años la "teoría del todo" (el viejo sueño de unificar todas las leyes de la física bajo una única tesis) apenas ha progresado y la biología, en la que habíamos depositado nuestra esperanza de una nueva revolución, nos ha dado una ducha de agua fría por su patente incapacidad de combatir la pandemia COVID. Como muy bien sintetizó Buzz Aldrin, el segundo hombre en pisar la Luna: "me prometieron colonias en Marte, pero en su lugar tengo Facebook". Y es que, tal vez respondiendo al instinto social del que estamos imbuidos, lo único que venimos haciendo con probada eficacia es tejer más y más redes: carreteras, aeropuertos y la internet ubicua crecen cancerosamente amenazando con ocupar todo el espacio físico... y el virtual; mientras, fracasamos estrepitosamente en la búsqueda de una fuente de energía limpia y que sea prácticamente inagotable, a la vez que consumimos muchos más recursos de los que el planeta es capaz de aprovisionarnos.
No hay, pues, lugar ni tiempo de destino satisfactorios, y las respuestas a las preguntas que encabezan el artículo se sintetizan muy bien en una sola y desoladora frase: "desde ningún sitio hacia ninguna parte”.

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