22 octubre 2023 (1): Los inverosímiles culpables de Agatha Christie
- Javier Garcia

- 22 oct 2023
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 27 oct 2023
Creo que serán muy pocos los seguidores de este blog que no hayan leído al menos una de las novelas de crímenes de Agatha Christie. En estos entretenidos, aunque reaccionarios, enredos de misterio todos suelen ser sospechosos, a todos se los puede asociar con un posible móvil y disponen de los medios y la ocasión para ejecutar los asesinatos; con el propósito, claro, de aumentar el suspense de la trama. Como resultado de ese hábil planteamiento se consigue que el criminal resulte ser el más inopinado, haciendo las delicias del lector.
En la historia reciente de la humanidad e, imagino, también en los más remotos tiempos, ha habido oscuros poderes que, como los protagonistas de las narraciones de la exitosa escritora inglesa, han tratado de ocultar su responsabilidad en las tropelías perpetradas por el grosero medio de eliminar los rastros de su culpabilidad y señalar a otros como los autores de los desmanes por ellos cometidos, a pesar de que los indicios, cuando no las evidencias, solo a ellos señalaban.
Hay múltiples ejemplos históricos de tales estratagemas, y me dispongo a comentar algunos de los más conocidos y recientes. Por seguir un cierto orden cronológico, comencemos con la misteriosa explosión del acorazado norteamericano "Maine", el 15 de febrero de 1898, que justificó la entrada de los Estados Unidos en la guerra de la independencia de Cuba contra el débil y agónico imperio ultramarino español. Son muchos los historiadores que opinan que se trató de una operación de "bandera falsa" (como se denominan aquellas acciones bélicas en las que uno de los bandos disfraza su intervención con los uniformes o las armas del enemigo o de un tercero en discordia).
Sigo con el genocidio armenio, que los investigadores independientes no tienen duda alguna fue ejecutado por los denominados "Jóvenes Turcos", del Imperio Otomano, con el resultado de entre un millón y medio y dos millones de civiles armenios asesinados entre 1915 y 1923. De sobra está decir que, todavía hoy, el discurso oficial de Turquía es que la catástrofe humanitaria se debió a confusas luchas interétnicas, las enfermedades y el hambre.
Parecido caso es el del incendio del Reichstag alemán del 23 de febrero de 1933, que ofreció la ocasión para que los nazis terminaran de liquidar la democracia de la moribunda república de Weimar. El cabeza de turco fue en esta ocasión el comunista neerlandés Marinus van der Lubbe, que fue prontamente ejecutado. Sin embargo, el historiador estadounidense William L. Shirer recoge en su libro, "The rise of the Third Reich", una confesión del general alemán Franz Halder según la cual oyó a Hermann Göring pronunciar las siguientes palabras: "el único que realmente sabe sobre el incendio del Reichstag soy yo, porque yo le prendí fuego".
El ominoso bombardeo de Gernika, que todo el mundo sabe ahora que lo realizó la Luftwaffe, concretamente su Legión Cóndor el 26 de abril de 1937, fue atribuido por el franquismo a "los rojos".
También en el contexto del conflicto global desencadenado por el nazismo, hay que recordar aquí la masacre del bosque de Katyn, cometida entre marzo y mayo de 1940, de la que fueron víctimas unos veintidós mil polacos, oficiales del ejército, políticos, intelectuales y artistas. La aniquilación de esos incómodos prisioneros se llevó a cabo con armamento alemán y los rusos la atribuyeron a la Gestapo. Pero, como el gobierno postsoviético reconoció muchos años después, la escabechina fue perpetrada por el Ejército Rojo con el visto bueno de la jefatura del Estado.
Hasta la abominable "solución final", de exterminio de los judíos, gitanos, homosexuales, comunistas y "otras gentes de mal vivir", fue realizada con el mayor de los sigilos y solo mostrada al mundo en toda su crudeza cuando los ejércitos rojo y aliado ocuparon los campos de la muerte. Hasta que llegó esa hora de la verdad, se afirmaba que los liquidados habían sido trasladados a lejanos destinos, donde reharían sus vidas. En los juicios subsiguientes nadie reconoció su responsabilidad y todos se defendieron con la cantinela de que solo obedecían órdenes y que los culpables eran otros.
El derribo y la autoría del vuelo 103 de la Pan Am que unía Frankfurt con Detroit, de 21 de diciembre de 1988, fueron objeto de un larguísimo debate internacional, con juicio y condena a un ciudadano libio como autor material del crimen. Al fin, el 23 de julio de 2011, el ministro de Justicia libio reconoció que el atentado fue ordenado por el mismísimo coronel Gadafi.
Y hace muy poquito tiempo, el jefe de los mercenarios Wagner, Yevgueni Prigozhin, murió junto con el resto de la cúpula de su ejército profesional como resultado de una explosión en el avión privado que los transportaba. El Kremlin afirmó que llevará la investigación de las causas del "accidente" hasta sus últimas consecuencias, aunque las insinuaciones oficiales, de que tal vez se debió a una imprudente manipulación de un arma en pleno vuelo o a la aún más esperpéntica razón de que los viajeros causaron la catástrofe en el curso de una loca francachela aérea, dejan pocas esperanzas de que el asunto llegue a una aclaración final digna de crédito.
En fin, que en la vida real los culpables finalmente desenmascarados siempre fueron los impulsados por un móvil obvio y poseyeron los medios y la ocasión; nunca se confirmaron las inverosímiles teorías que responsabilizaban a quienes el crimen no beneficiaba de forma evidente y ni siquiera disponían de medios suficientes para ejecutar las vilezas aquí resumidas con la contundencia y la precisión exhibidas.
Como espectadores acabamos de asistir a otra masacre histórica, la de los casi quinientos palestinos refugiados en un hospital de Gaza. Pasará mucho tiempo hasta que se pruebe la autoría de semejante atrocidad, si es que algún día se revela la verdad, pero mientras tanto uno puede especular alineándose con las extravagantes alternativas estilo Agatha Christie u optar por lo que enseñan los numerosos casos anteriores.

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