22 noviembre (2): Menores de edad
- Javier Garcia

- 22 nov 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 24 nov 2020
La desdichada pandemia que venimos sufriendo cumple ya más de medio año entre nosotros. Tiempo suficientemente dilatado para que se sepa bastante del dichoso coronavirus y, también, para confirmar algunos negros barruntos acerca de cómo el mundo está siendo gobernado.
Al sinusoidal sube y baja de casos, hospitalizaciones y fallecimientos le han seguido, con un pequeño desfase, las medidas de contención de la infección. La historia siempre es la misma: al menor primer brote, los medios de comunicación le conceden un amplio espacio a la vez que se reclama la opinión de "expertos" que, sistemáticamente, se manifiestan profundamente preocupados, emiten duras advertencias y se declaran partidarios de adoptar rigurosas medidas de contención de los contagios (curiosamente, casi nunca proponen nada que obligue o comprometa a las administraciones; antes bien se ceban en el ciudadano corriente, al que tácitamente se tacha de irresponsable).
Al comienzo de cada uno de estos ciclos de histéresis menudean, entre los medios oficialistas y de mayor impacto, rumores o certezas relacionadas con que las autoridades, ante la preocupante evolución de los datos, están barajando la implantación de esta o esa medida. A la vez, el "club de expertos" (hay algunos que le han cogido gusto a eso de ser "influencers" y no dejan de conceder entrevistas a diestro y siniestro) eleva el tono de sus admoniciones y califica de timoratas las medidas oficiosamente anunciadas.
Por supuesto que todo lo pronosticado se aplica y, sin tiempo para conocer el efecto de la adopción de esas nuevas restricciones, se las tacha de insuficientes. Vuelven los medios a alarmar con las malas noticias y a rugir los preservadores de la ortodoxia profiláctica. Así que, otra vez, se difunden las deliberaciones de las más altas instancias en torno a la aplicación de más duras limitaciones a la vida social y el ocio (sorprendentemente, y pese a la evidencia científica acerca del mayor riesgo que representan los espacios cerrados y populosos, nunca se pone en cuestión el trabajo). El ciclo concluye con el inevitable confinamiento doméstico que, no se sabe muy bien por qué, siempre es conveniente en los momentos del año tradicionalmente menos productivos.
Creo, queridos lectores, que lo anterior no es más que una fría relación de los hechos, sin faltar un ápice a la verdad. Por supuesto que no soy un negacionista, ni especulo con la existencia de una delirante conspiración global; tampoco me propongo refutar la conveniencia de determinadas cauciones y prohibiciones. De lo único que me quejo es de la manipulación (manifiesta cuando, sin espacio para dejar sentir los efectos de determinadas medidas, ya se están proponiendo otras más duras). Sospecho, pues, que lo que les ocurre a los gobiernos del mundo, y hablo en estos términos generales porque creo que casi ninguno se ha salido de este guión, es que temen la desobediencia y la anarquía. De modo que, aunque desde el principio conocen el desenlace de cada ciclo, van adoptando medidas paulatinamente más rigurosas a la manera en que yo le administro la medicación a mi perrito “Rusty”: envuelta en alguna golosina, para que acepte el sabor acre que viene debajo.
Como ciudadano empoderado y al que le amparan ciertos derechos, rechazo el engaño, repudio que me traten como a un menor de edad y exijo claridad y sinceridad. Estoy convencido de que la inmensa mayoría de la población entendería cualquier medida, por dura que fuera, si guardara proporción con la magnitud de la amenaza. No olvidemos que las situaciones de extrema excepcionalidad serán cada vez menos inusuales y que, cuando se apela reiteradamente a la llegada del lobo y este no hace acto de presencia, perderemos la confianza en nuestras instituciones y, lo que es peor, cuando el cánido realmente asome sus amenazadoras orejas, creeremos que son de fieltro.

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