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22 mayo 2022 (1): Mercadeando con niños

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 22 may 2022
  • 3 Min. de lectura

En estos tiempos que corren, cuando los servicios públicos son solo un negocio y las personas mercancías que se compran y se venden como fuerza laboral, hemos descubierto, con la desazón propia del probo contable atemorizado por los vaivenes del mercado, que andamos escasos de materia prima.

Efectivamente, al paso que nos reproducimos, con una tasa de natalidad por los suelos, van a escasear esos trabajadores de usar y tirar que tan necesarios nos parecen para competir (por precio, porque en esta sociedad del low cost a nadie se le ocurre ningún otro factor diferenciador de la oferta). No es pues sorprendente que el Gobierno Vasco, con la mejor voluntad e inspirado en medidas similares que se vienen adoptando en otros lugares de Europa, haya decidido estimular la actividad procreadora con 200 euros mensuales de ayuda por cada hijo de edades comprendidas entre los cero y tres años.

Aunque soy de los que creo que la mejor estrategia de estímulo a la natalidad sería un marco laboral que garantizara salarios dignos, puestos de trabajo estables y la flexibilidad horaria suficiente para poder compatibilizar de verdad la actividad profesional con la vida familiar, no me parece mal la medida..., pero preveo que va a tener poco impacto. Y digo esto porque la cantidad que la administración pone sobre la mesa es insuficiente para cambiar la decisión de la mayoría de las parejas en edad fértil, con exiguos ingresos y flageladas por la inflación rampante que estamos sufriendo. Me temo que esos recursos públicos tendrán como beneficiarios mayoritarios aquellos que, por su acomodada condición económica, ya pueden permitirse el lujo de tener descendencia o esos otros que, debido a sus convicciones culturales o religiosas, obvian cualquier consideración crematística en su planificación familiar.

Claro que la cuestión no es solo tener hijos, sino qué hacer después con ellos cuando cada día laborable se convierte en una difícil yincana para sus cuidadores, padres y abuelos, tan abrumados por sus diferentes responsabilidades que han de pasarse los chiquillos de unos a otros en un rondo tan febril como el protagonizado por el tiqui-taca futbolístico. De eso va el actual debate sobre la pertinencia de la jornada continuada en la escuela o el instituto, donde se enfrentan los intereses de los padres de los alumnos que, obviamente, prefieren la modalidad "partida" porque la institución educativa se hace cargo de ellos por más tiempo, con los intereses de los profesores, que también son padres y que precisan de mejores horarios para atender a su progenie.

Y si todo esto no fuera lo suficientemente estresante, se aproxima el tiempo del año en que los peques cogen vacaciones, bastante más dilatadas que las de sus progenitores, y el centro educativo deja de desempeñar ese poco confesable papel de guardería que se le ha encomendado. Es por eso por lo que muchas asociaciones de padres claman por calendarios lectivos más prolongados, obviando cualquier reflexión acerca de lo más conveniente para una mejor formación y sin ninguna consideración para con la calidad de vida de los niños.

Con todo, ocurre lo inevitable: que a estas alturas del curso, tanto docentes como discentes están hasta el último pelo de verse y de permanecer recluidos en las aulas; así que, desde principios de este mes de mayo, es frecuente toparse con ruidosas muchachadas, convenientemente escoltadas por unos pocos profesores, que deambulan por nuestras calles simulando que, gracias al buen tiempo, imparten y reciben clase al aire libre o, ya sin disimulo, destinando esos "minutos de la basura" del calendario a actividades extraescolares tales como excursiones, juegos y visitas de pretendido propósito cultural.

 
 
 

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