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22 enero 2023 (1): La caza

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 22 ene 2023
  • 5 Min. de lectura

Hace hoy diez días, cuando mi compañero de fatigas y yo dábamos inicio a nuestra enésima salida montañera, nos topamos con una batida cinegética, integrada por cerca de una decena de cazadores y varias decenas de perros, preparada para hacer una buena escabechina entre los jabalíes que por allí hozaban. El encuentro fue todo menos amable, en primer lugar porque los escopeteros estaban incumpliendo flagrantemente la normativa, ya que ni habían puesto avisos de su presencia ni observaban la prohibición de apostarse en caminos principales; y, en segundo término, porque se dirigieron a nosotros en tono conminatorio, arrogándose una autoridad de la que carecían y obviando su responsabilidad, toda vez que eran los portadores de las armas de fuego, para avisarnos de que nuestra indumentaria no era suficientemente llamativa como para evitar el riesgo de recibir unos cuantos perdigonazos. Tuvimos que acelerar el paso y, con todo, no pudimos evitar permanecer un rato prolongado al alcance de sus trabucazos, hasta que los dejamos más abajo.

Este enojoso incidente me suscitó la necesidad de escribir sobre esto de la depredación en el siglo XXI. Empiezo dejando constancia de lo obvio: que la caza fue esencial en la supervivencia de nuestros antecesores. Es más, hoy parece evidente que el enorme desarrollo cerebral alcanzado por el género Homo solo fue posible merced a la dieta rica en proteínas proporcionada por los animales capturados. También es plausible que la selección natural de quienes más hábiles y tenaces se mostraban en eso de abatir presas hubiera legado a las siguientes generaciones de humanos una cierta impronta instintiva por la que, cuando se sigue el rastro y se culmina la captura, se experimenta una suerte de placer tan vinculado al éxito como el derivado de la consumación del coito con la pareja deseada. Dicho todo esto, y aún dando por reales estos automatismos ancestrales, no podemos resignarnos a que, a estas alturas, nos dominen los instintos más primarios y aceptemos como inevitable dar vía libre a su manifestación discrecional. Esta, como cualquier otra actividad humana, ha de someterse al código ético ampliamente compartido, a las leyes vigentes, a los dictados del conocimiento científico objetivo y a las consideraciones medioambientales.

Los avances en Biología hace ya tiempo que han demostrado que, por lo menos los animales de comportamiento más complejo, aves y mamíferos, poseen consciencia de sí mismos. De modo que sufren y sienten dolor en similar medida que nosotros los humanos. Es por eso por lo que cualquier sociedad civilizada, obligadamente solidaria con la comunidad viva que comparte con nosotros origen y destino, ha de poner coto al sufrimiento animal innecesario. Y sí, entusiastas de la caza, infligís sufrimiento gratuitamente, ¿os imagináis vuestra angustia si fuerais perseguidos por una jauría, inmovilizados por dolorosos mordiscos repartidos por toda vuestra anatomía y finalmente ejecutados de un certero corte de yugular o de un tiro en el cráneo? Por cierto, que los perros también experimentan agotamiento extremo y estrés y, con harta frecuencia, viven privados del mínimo confort y la imprescindible higiene, recluidos en espacios reducidos y padeciendo las inclemencias del tiempo. Y eso cuando no son maltratados o, simplemente, quitados de en medio cuando dan muestras de debilidad y ya no desempeñan sus tareas de señalización, cobranza u hostigamiento con la eficacia que sus amos les demandan. Solo en España, cada fin de temporada, se ejecutan decenas de miles de perros, en muchos casos recurriéndose a la cruel práctica del ahorcamiento. Un baldón este que la comunidad de "aficionados" no puede obviar recurriendo al manido, pero dado el número de víctimas, insostenible argumento de que se trata de casos aislados. Por cierto, que en línea con el pensamiento protector propio de una sociedad avanzada, el Gobierno presentó a las Cámaras, y estas están en curso de ultimar todo el procedimiento para que sea vigente, la Ley de Derechos de los Animales, que será bienvenida, pero que lamentablemente ha incorporado una enmienda, por cesión a la presión del lobby cazador, que incurre en el pecado del apartheid, al excluir a los perros de caza como sujetos de esos derechos.

Sigo con esta diatriba contra la caza refutando una de las reivindicaciones más frecuentes de la comunidad cazadora, esa por la que se arrogan la condición de conservacionistas y de necesarios aliados en el control de las plagas. Porque es innegable que los animales salvajes están viendo reducido su espacio vital a ritmo galopante; de modo que es delirante pensar que, disponiendo de menguantes recursos para su supervivencia, sean ahora más abundantes que nunca. Sí, ya sé que algunas especies se aprovechan, en contadas ocasiones y muy determinados espacios, del enorme impacto humano sobre el medio para disponer de más reservas alimentarias, acumuladas en los basureros o vertidas al medio tras las actividades agropecuarias, pero es igualmente cierto que la mayoría de estos seres ha visto rota su cadena alimentaria con consecuencias trágicas para su prosperidad. De la misma manera, no tiene ninguna función ecológica, sino todo lo contrario, criar en granjas y liberar millares de individuos al medio con el exclusivo fin de balearlos (a añadir el posible daño a la diversidad genética si estos ejemplares nacidos y crecidos en cautividad se cruzan con los salvajes). Sumo a todo esto que el ambiente natural se resiente de miles de infraestructuras cochambrosas y antiestéticas, dispuestas en los lugares de paso de las aves migratorias, o de las toneladas de plomo vertidas por toda la geografía a resultas de los tiros efectuados.

Si no es defendible en lo moral, y si causa más daño ecológico que otra cosa, a la caza y sus partidarios no les queda más que el argumento económico. Aducen que son el sostén de la denominada "España vaciada" y que muchas zonas rurales perecerían sin la vida que inyectan sus incursiones por los lugares más remotos de la geografía. No negaré yo tal impacto económico; si este fuera irrelevante también lo sería el poder del lobby; pero, salvando las distancias morales, también mueven mucho dinero los tráficos de personas, armas y estupefacientes, y a nadie se le ocurre que solo por eso sean admisibles. Y, termino, tenemos la experiencia de que determinadas medidas, originalmente demonizadas por su supuesto impacto negativo sobre la economía, después se han manifestado irrelevantes y hasta positivas en sus efectos; basta recordar la preocupación que suscitó en el sector de la hostelería la prohibición de fumar dentro de los locales y cómo los nuevos hábitos no han acabado con la concurrencia a los bares (yo diría que al contrario, ya que desde la proscripción del tabaco a nadie le echa para atrás la peste a cigarro quemado). Del mismo modo, las áreas rurales ahora dependientes de la caza poseen valores y atractivos que pueden ser mejor explotados si cesa la actividad cinegética: la inmensa potencialidad del senderismo y el turismo de naturaleza o la belleza y el sosiego de muchas aldeas remotas, que podrían renacer de sus cenizas repobladas por profesionales de elevada capacidad adquisitiva si, como van a posibilitar en breve las nuevas infraestructuras, se contara con internet de alta velocidad en cualquier sitio.

 
 
 

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