22 agosto 2021 (2): El ocaso del imperio
- Javier Garcia

- 22 ago 2021
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Estos días estamos asistiendo horrorizados a otra catástrofe humanitaria más: la de miles de afganas (¿qué va a ser de las mujeres bajo el régimen de los talibán?) y afganos temerosos de la tortura y la muerte porfiando por abandonar su país... sobre las alas de los aviones o aferrados desesperadamente a sus trenes de aterrizaje. Algunos han preferido perecer en ese insensato intento que hacer frente al emirato más retrógrado, de vuelta tras veinte años de intervención occidental. Injerencia que, ya se ve, no ha servido absolutamente para nada; y ello pese a su enorme coste en vidas y recursos para los propios invasores; vayan aquí algunas cifras: más de 2.500 soldados norteamericanos fallecidos y una incontable sangría económica para las arcas públicas estadounidenses. Por cierto, el estado español no ha sido ajeno al desastre, ya que ha dejado 104 muertos de su contingente militar desplazado y 3.500 millones de euros despilfarrados.
La moraleja de esta historia no puede ser más deprimente. El presidente Biden le ha quitado la careta a la superpotencia que gobierna admitiendo que esta guerra nunca tuvo como propósito levantar al país ocupado ni instaurar un régimen democrático, sino luchar contra el terrorismo (ha omitido citar el especial interés yanqui por un Afganistán que guarda grandes cantidades de litio y las segundas reservas mundiales de minerales con elevados contenidos de tierras raras, estratégicas para las empresas norteamericanas del denominado grupo "GAFA" por sus propiedades electromagnéticas y uso en dispositivos tecnológicos) y, a renglón seguido, argumentado que no está dispuesto a sacrificar más vidas americanas por unos objetivos que los propios afganos parecen no compartir ni, mucho menos, querer defender. En fin, todo un inquietante aviso a los navegantes que reman obedientes en los fletes de los numerosos regímenes aliados de Washington; ahora ya saben que, si vienen mal dadas, se los dejará a la deriva, presas fáciles de cualquier bajel pirata.
En todo caso, esta es una crónica reescrita en numerosas ocasiones tras la Segunda Guerra Mundial. Los Estados Unidos de América han iniciado un sinfín de hostilidades allende sus fronteras sin más resultado práctico que la destrucción de los países afectados o, lo que es peor, la instauración, inopinada o deliberada, de regímenes tiránicos. A esto, que hubiera de inquietar a los estados intervenidos o por intervenir, hay que sumarle las numerosas derrotas del gigante militar, que debieran preocupar a su pueblo y clases dirigentes. Efectivamente, si hacemos un análisis pormenorizado del resultado final de las guerras neocoloniales participadas por los norteamericanos, muy pocas se han saldado con una victoria incontestable de la superpotencia. Es que la abrumadora superioridad de medios y tecnología suele otorgar un rápido triunfo de la "blitzkrieg" (guerra relámpago), pero ese éxito inicial debe ser apuntalado por la infantería y, en último término, por la diplomacia y la economía, y aquí es donde al imperio se le ven las costuras. Esa segunda fase de los conflictos siempre resulta exasperantemente prolongada, cuesta numerosas vidas y muchísimo dinero, sin rendir los dividendos que se perseguían.
La pregunta hoy es si los Estados Unidos quieren o pueden continuar en su papel de "segurata" internacional. Su economía y sus finanzas nacionales lo desaconsejan, habiendo alcanzado la deuda norteamericana cotas estratosféricas; mientras que su gigantesca industria armamentística lo exige para sostener un negocio billonario en el que los Estados Unidos son líderes mundiales indiscutibles. De este tira y afloja se derivan la volatilidad de los mercados financieros, que seguirá exacerbándose, y la creciente desigualdad de su ciudadanía. Por cuánto más podrá soportar esta tensión la potencia americana, agravada por el cambio climático y la necesidad de sustituir el paradigma consumista imperante, es la incógnita de una ecuación que converge a soluciones cada vez más próximas en el tiempo.
Mientras tanto, y paradójicamente, debo lamentar la salida de Afganistán de las fuerzas de ocupación, porque el que se alza es otro imperio mucho más abominable, el de la ignorancia, el totalitarismo ideológico, la regresión en los derechos y los hábitos sociales y la más despiadada represión.

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