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21 marzo 2021 (1): ¿Hay alguien ahí?

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 21 mar 2021
  • 4 Min. de lectura

No hace mucho que sabemos que somos seres insignificantes, habitando un planeta irrelevante que gira alrededor de una estrella corriente que se aloja en uno de los brazos de una galaxia espiral de aspecto bastante común. Hay cien mil millones de galaxias en el universo accesible y, cada una, puede alojar alrededor de cien mil millones de estrellas. Hace menos aún que hemos descubierto que la práctica totalidad de esas innumerables estrellas tienen planetas girando en torno a ellas.

Con estas certezas y la más que probable ubicuidad de la vida, siempre que durante el tiempo suficiente se den las condiciones fisicoquímicas que la posibilitan, la comunidad científica está convencida de que el universo es un gigantesco hervidero de microorganismos capaces de auto organizarse y reproducirse. No está tan segura, sin embargo, de que la selección natural tenga necesariamente que propiciar la aparición de seres multicelulares y, mucho menos, se halla en condiciones de aventurar en cuánto tiempo, bajo qué condiciones y con qué probabilidades surgen los animales capaces de producir, mantener y enriquecer una cultura propia que, eventualmente, pudiera derivar en una elevada capacidad tecnológica.

Pese a todas esas lagunas de conocimiento, los seres humanos llevamos un cierto lapso tratando de establecer contacto con otras civilizaciones, hasta ahora sin suerte. Para algunos científicos, los menos, la inexistencia de pruebas prueba la inexistencia de tales vecinos estelares y proponen que nos hallamos solos en el universo. Nunca he compartido ese punto de vista, en primer término por una cuestión epistemológica: soy inductivista, y no puedo siquiera contemplar que lo que en la Tierra ha ocurrido no haya sucedido en ningún otro lugar; a esto añado que siempre he abominado el antropocentrismo, por cierto, refutado una y mil veces, como fórmula de aproximación a la realidad; y, amigos, esos escépticos de los extraterrestres no son sino antropocentristas recalcitrantes.

Entonces, después de años escrutando el universo en un amplio espectro de longitudes de onda, ¿por qué no tenemos ni el más mínimo indicio de la existencia de esos tan ansiados alienígenas? No soy una autoridad en ninguna de las materias que pudieran arrojar luz sobre el tema, pero mi punto de vista es que la respuesta está en el vacío. Me explico: este cosmos que nos parece tan tangible es, en realidad, un inmenso vacío tachonado de minúsculos y distantes componentes que lo tienen muy difícil para establecer contacto los unos con los otros. Así, la materia ordinaria se distribuye de una forma extraordinariamente dispersa a la escala macroscópica, veamos: si el sol fuera un balón de fútbol (diámetro aproximado 25 cm) y la tierra una diminuta canica, esta describiría sus órbitas a una distancia de, digamos, 37 m. La pelota de squash que sería Júpiter deambularía a casi 190 m. Neptuno, el último planeta conocido después de la defenestración formal de Plutón, giraría alrededor del sol-balón a una distancia de más de un kilómetro. Como veis, el sistema solar no es ese conjunto de bolitas próximas que, colorista, se nos muestra en los libros de texto. Pero esto no es nada comparado con las distancias interestelares: la estrella más cercana, Proxima Centauri, situada a 4,22 años luz, sería poco más que una pelota de tenis a... ¡10.000 kilómetros de nuestro sol-balón! (a la velocidad de los satélites situados en órbita baja se tardaría más de 150.000 años en llegar al vecino de al lado). Y no sigo, porque las distancias intergalácticas multiplican por millones, o miles de millones, la existente entre nosotros y Proxima Centauri. Reparad, lectores, en que esta mala noticia es en realidad excelente; ya que el inmenso vacío por el que deambulamos ha preservado a la Tierra de sobresaltos y catástrofes cósmicas por más de 4.600 millones de años, posibilitando la aparición de la vida y su evolución por eones.

Así las cosas, creo que los viajes interestelares tripulados son una quimera. El límite superior de velocidad de la luz y, sobre todo, la enorme energía que requeriría tal singladura son disuasorios.

Pero bueno, somos gente de buen conformar y nos resultaría igualmente fantástico tener noticias radiadas de esos lejanos compañeros en la consciencia. De hecho, ya hemos sido proactivos: el 16 de noviembre de 1974 el radiotelescopio de Arecibo (hoy desmantelado) emitió un mensaje (propuesto por los célebres científicos Sagan y Drake), cifrado y orientado hacia el conglomerado globular M13, situado a una distancia de 25.000 años.luz, con una potencia de 1 MW. La pregunta que nos podemos formular es si seríamos capaces de detectar semejante señal si, en vez de los emisores, fuéramos los inopinados receptores. Me he descornado estos días pasados buscando en internet información sobre el umbral de sensibilidad de nuestras "orejas" siderales (los radiotelescopios) que, por cierto, se mide como densidad de flujo espectral en una unidad denominada "jansky" (10 elevado a menos 26 W/metro cuadrado Hz) y, aunque no he obtenido una respuesta precisa a mi duda, parece que la emisión de Arecibo sería detectable con nuestros medios si su fuente se ubicara dentro de una pequeñísima fracción de volumen galáctico centrada en nuestro hogar cósmico. Y eso suponiendo que el instrumento receptor estuviera trabajando en el momento adecuado, orientado correctamente y sintonizado a la frecuencia precisa.

No somos, pues, ni emisores idóneos ni receptores eficaces. Es altamente improbable que recibamos noticias de civilizaciones en nuestro estadio de desarrollo (nivel I en la denominada escala de Kardashov: capaces de aprovechar la potencia proporcionada por el planeta de origen). Serían necesarios los recursos de una cultura del nivel II en esa misma escala (capacitada para dominar toda la potencia disponible de una estrella) para que fuera plausible la detección de señales inteligentes a grandes distancias.

Con todo, no tenemos noticias de ninguna otra civilización, ni situada en los estadios mencionados ni perteneciente al más elevado, el III (seres con recursos científicos y tecnológicos para controlar en su provecho toda la potencia disponible de una galaxia). Esta circunstancia sí que puede ser un indicio experimental de que los alienígenas mucho más desarrollados que nosotros son muy escasos o inexistentes en nuestro vecindario galáctico. Tal vez las leyes de la naturaleza representen un límite insalvable a la hora de domeñar la energía estelar, cuanto más la galáctica o, quizá, las culturas no sobrevivan el tiempo suficiente para alcanzar niveles de conocimiento muy superiores a los nuestros; todo un aviso a navegantes.

 
 
 

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2 comentarios


joseprene62
21 mar 2021

Buenas tardes / arratsalde on Javi.


Enhorabuena por tus escritos de hoy, a cada cual mas bueno; de hecho como todos los leídos hasta la fecha.

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Javier Garcia
Javier Garcia
21 mar 2021
Contestando a

Gracias, Josep. Esto no tiene descanso; ya debo pensar en los artículos del próximo domingo

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