21 junio (1): Solsticio
- Javier Garcia

- 21 jun 2020
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Ayer tuvo lugar uno de los acontecimientos astronómicos periódicos de mayor relevancia: el solsticio de verano. Se trata del día más largo del año, cuando el Sol, en su cénit, brilla más alto que en cualquier otro momento. Ya sabéis que todo se debe al comportamiento un tanto tarambana de nuestro planeta, que se bambolea sobre su eje de rotación como esos borrachos peleados con la verticalidad. El solsticio ocurre, volviendo al símil del ebrio, cuando este amenaza con darse de bruces contra el suelo y, milagrosamente, como si fuera un muñeco de tentetieso, vuelve a recuperar el equilibrio para, otra vez, ponerlo en riesgo, pero en esta ocasión hacia el otro lado. Podéis también, si os deslizáis por la pendiente de la pedantería, asimilarlo a la posición pendular de amplitud máxima o, qué sé yo, a ciertas funciones trigonométricas cuando alcanzan su valor más elevado.
Como quiera que sea, este nuncio del verano, y su némesis invernal, fueron fácilmente advertidos desde la noche de los tiempos, y muy pronto se les invistió de cierta aura mágica, merecedora de deificación y objeto de los más variopintos ritos litúrgicos. No os extrañe, pues, que lo taumatúrgico haya predominado en esta semana que hoy cerramos. Y digo esto porque, como seguro habréis leído, oído o visto, la excepcionalidad celestial ha confabulado a un dispar conjunto de orates para tejer la más delirante de las conspiraciones. Me adelanto a las sonrisas condescendientes para avisar de que, aparte de numerosos integrantes del pueblo llano, hay entre los visionarios algunos prohombres: un cantante que antaño enloquecía a las hordas adolescentes y ahora las atemoriza, un eclesiástico cuya purpúrea cola empequeñece la que Diana de Gales lució el día de su boda, y un rector..., ¿magnífico?, cuyo verdadero sueño es suceder al célebre Dumbledore como director del Colegio de Magia y Hechicería Hogwarts (es que el confinamiento también ha obrado prodigios, y yo me he tragado la saga completa de Harry Potter).
Dicen estos guardianes de la civilización occidental que un par de conocidísimos empresarios norteamericanos, aliados con lo peor del comunismo amarillo, diseñaron y liberaron el célebre coronavirus para, mediante una vacuna que concibieron al tiempo que el "bicho", inocularnos vía intravenosa unos chips (para el aprendiz de brujo, "chises") y, así, dominar el mundo. Para más inri, parece que alentados por Satanás, o el Anticristo, que da lo mismo, obtienen los anticuerpos a partir de fetos asesinados/abortados con ese exclusivo propósito. No me digáis que esta churrigueresca trama no da para un film de los de serie C. Desde luego tendría su público insobornable: en medio de la diabólica semana, y remedando a lo barato la memorable película "El día de la bestia", un centenar de partidarios de esta pintoresca teoría se manifestaron por las calles de Madrid para pedir la prisión para los pergeñadores de este perverso plan de sojuzgamiento de las naciones.
En fin, que llevado de este ambiente escatológico (en sus dos acepciones), ayer me acerqué a uno de mis montes favoritos para, desde allí y siguiendo a la manera de los druidas el insólito crepúsculo, proceder a algunas prácticas ceremoniales y proferir las primeras jaculatorias que me
vinieran a la cabeza. De las preces y la liturgia no poseo evidencias, tal vez porque, debido a mi incorregible impiedad, finalmente las omití; pero sí del declinar solar. Los que quieran confirmar que mi culto helíaco no es filfa, pueden curiosear en mi cuenta de Instagram: javi_garcia_de_hiperborea. Que no os invadan los "chises" y que la cosecha os sea propicia.

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