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21 enero 2024 (2): Daños colaterales de la inflación en la cesta de la compra

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 21 ene 2024
  • 3 Min. de lectura

Es un secreto a voces que la alimentación se ha encarecido vertiginosamente en el último par de años. El resultado, ya lo sabéis, es una pérdida de la capacidad adquisitiva de los ciudadanos a la hora de satisfacer su necesidad más primaria, que es comer.

Desgraciadamente no es solo el alto coste de la cesta de la compra el que está incidiendo negativamente en la calidad de vida de la mayoría de las personas, porque como consecuencia del encarecimiento de los ingredientes más básicos, también se ha producido una notable reducción en la cantidad y la calidad de muchos productos y, muy especialmente, de los procesados y ultraprocesados.

Así, muchas marcas han jugado con la inocencia de los consumidores manteniendo el precio, pero reduciendo el peso (paradigma de esta burda estratagema es el reducido tamaño de los paquetes de pasta). Con todo, la cantidad a la baja no es el mayor problema que estamos encarando a la hora de llenar el frigorífico, sino la deteriorada calidad de los ingredientes y su posible impacto en la salud pública a medio y largo plazo.

Tal vez por mi historial médico, estoy obsesionado por el impacto que las malas grasas tienen en la aparición de las patologías más letales: las cardiovasculares y el cáncer. Por eso, y por mi preocupación medioambiental, me declaro enemigo irreconciliable del aceite de palma que, desgraciadamente, y después de una tímida oposición a su uso generalizado, ha vuelto por sus fueros en estas difíciles circunstancias porque es barato. Este óleo, que hoy es la grasa de uso alimentario de mayor consumo a escala planetaria, no tiene nada bueno. Para empezar, las gigantescas plantaciones de palma africana están destruyendo las selvas vírgenes ecuatoriales, propiciando así las extinciones encadenadas de miles de especies animales y vegetales. Pero es que, además, el aceite de palmiste (ojo con este pseudónimo, porque algunas marcas lo emplean en sus listas públicas de ingredientes para confundir al incauto) está mayoritariamente compuesto de grasas saturadas, cuyo consumo sostenido es el mayor causante de la aparición de la terrible isquemia (obstrucción de las arterias por las placas ateroescleróticas), desencadenante en última instancia de las anginas de pecho y los infartos. Pero todavía hay más, esta indeseable grasa es un dispensador descontrolado de calorías vacías, porque contrariamente a otros aceites de uso alimentario, ricos en vitaminas liposolubles, este no contiene cantidades significativas de esos necesarios compuestos, máxime cuando, debido a sus pésimos olor y color en su condición de virgen, es sometido a procesos de refino a muy alta temperatura.

Al alimón con las grasas de mala calidad, están de dulce los aditivos sintéticos. Me causa particular perturbación el espectacular crecimiento en el empleo de los mono y diglicéridos de los ácidos grasos (E471 y E472) como agentes emulsionantes. Aclaro que todas las autoridades sanitarias los consideran seguros y aptos para el consumo humano en las pequeñas cantidades en que se añaden a los procesados; pero no debemos ignorar dos cosas: que su uso es relativamente reciente y no ha habido tiempo para concluir acerca de su consumo en el largo plazo, y que no se especifica a los consumidores la naturaleza de sus ácidos grasos esterificados, así que muy bien podrían ser saturados y tener las mismas contraindicaciones que los que integran las grasas naturales más perniciosas. Otro inquietante y ubicuo aditivo es el glutamato monosódico (E621), usado como potenciador del sabor. A este sazonador umami le persigue una cierta leyenda negra que, en aras del rigor, hay que rechazar, pero a la vez no se puede olvidar que se han reportado numerosas efectos indeseables en los consumidores más sensibles y que su consumo sostenido crea cierta adicción.

En suma, la inflación ha alargado las listas de ingredientes con muchos innecesarios, si los principales son los que debieran ser, y algunos de baja calidad o manifiestamente dañinos para la salud. Mientras, las autoridades y, muy particularmente los responsables europeos del marco regulador alimentario, miran para otro lado, como siempre alineados con los intereses de la industria y reticentes a desempeñar con lealtad su principal función como garantes de los derechos y la salud de los ciudadanos.

 
 
 

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1 comentario


Luis Fernandez Ovalle
21 ene 2024

Muy ilustrativo.

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