21 agosto 2022 (1): Doblando cucharillas
- Javier Garcia

- 21 ago 2022
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Las vacaciones estivales suelen discurrir lánguidamente en términos periodísticos. Así que los medios se llenan de noticias propias de la crónica negra: que si los ahogados, que si los fallecidos por asta de toro en esos "festivales" taurinos que, sorprendentemente, aún predominan en el escenario lúdico de muchísimas localidades...
A estas tradicionales serpientes de verano se suma en este estío del 22 la pandemia de los pinchazos, escudados en el confuso y abigarrado ambiente festivo y, al parecer, propinados con el propósito vil de obtener la sumisión química para abusar sexualmente de las víctimas. Son ya, creo, más de un centenar las denuncias interpuestas en todo el país y seguro serán muchas más antes de que ceda la canícula.
Sin embargo, si damos crédito a lo publicado, solo en uno de los casos denunciados el examen clínico y toxicológico ha revelado la presencia de sustancias psicotrópicas, a la vez que muchas de las víctimas no mostraban siquiera marcas visibles de las punciones.
Hay, por supuesto, una primera explicación que pudiera dar cuenta de esta aparente paradoja; y es que no es nada fácil alcanzar dosis con efectos apreciables mediante indeseados jeringazos intramusculares o subcutáneos, porque se hace preciso mantener la inyección del principio activo durante varios segundos, y eso es muy difícil por lo doloroso del pinchazo y la rápida e instintiva reacción de la víctima.
Con todo, semejante proliferación de agresiones, de momento casi con el solo impacto de la generalización del temor a salir de fiesta, requiere barajar alguna o algunas hipótesis complementarias, y creo que todas pasan por otorgar un papel relevante al desproporcionado tratamiento informativo ofrecido. Es plausible que lo noticioso de estas agresiones haya movilizado a psicópatas y canallas de todo pelaje para, armados de cualquier objeto punzante, incluido un simple alfiler, "divertirse", confundidos en medio de los masificados y ensordecedores saraos, arreando pinchazos a diestro y siniestro, sin más propósito que sembrar el horror o, peor, animados por el machismo más reaccionario e intolerante con la vida libre e igualitaria de la que justamente han de gozar las mujeres.
Existe aún otra posible contribución a la extraordinaria difusión alcanzada por el fenómeno, y en este punto viene a cuento recordar uno de los acontecimientos más sonados de todos los ocurridos en los tiempos de la televisión en blanco y negro. Era cuando José María Íñigo se hallaba en la cresta de la ola con su programa "Estudio Abierto" y tuvo la feliz ocurrencia de invitar a su directo al parapsicólogo Uri Geller. Este estuvo doblando cucharillas, según él con su sola fuerza mental, ante las cámaras y los boquiabiertos millones de telespectadores que seguían el espectáculo desde sus casas, hasta que de los hechos se pasó a las palabras, y ahí vino lo más increíble del "show", porque Geller afirmó que sus paranormales capacidades no eran exclusividad suya, ni de un colectivo de privilegiados dotados de excepcionales cerebros, sino patrimonio de cualquier persona capaz de concentrarse. A renglón seguido animó a todos los televidentes a que procedieran como él, tomaran una cucharilla y frotaran con las yemas de los dedos allá por donde la concavidad se une al mango. El teléfono de los estudios televisivos no tardó en sonar, una y muchísimas veces más, para ceder la palabra a excitados interlocutores que querían dar testimonio de que, ellos mismos o alguno de sus allegados, habían conseguido doblegar la resistencia mecánica del metal y, consiguientemente, la postración de sus pobres cucharillas de postre.
Por supuesto que el prestidigitador (es el mejor calificativo con el que se le puede definir) y el programa de Íñigo fueron unos adelantados de la manipulación mediática y efectuaron con éxito un perverso experimento de psicología de masas. Pero dicho esto no quiero acusar de falsarios ni a aquellos ingenuos telespectadores ni, mucho menos, a las actuales víctimas de las punciones; porque, queridos amigos, el miedo y la psicosis colectivos, alentados por el continuo machaqueo desde la televisión y las redes sociales, el poder de la sugestión, el entorno bullicioso y caótico, son capaces de hacer sentir como reales sensaciones solo generadas en lo más profundo de nuestros encéfalos.
Ruego pues la más contundente respuesta policial ante las verdaderas agresiones y la discreción de los medios para que esta nueva y vergonzante forma de maltrato machista no genere, además, los enormes daños colaterales que, a juzgar por lo publicado, están acumulándose.

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