21 abril: Sudor
- Javier Garcia

- 10 may 2020
- 2 Min. de lectura
He tenido una ocurrencia bizarra (perdonad los puristas por la acepción anglicista, pero es que me gusta): hablar del trabajo cuando casi no se trabaja.
Como me suele ocurrir, y ya es manía sin propósito de enmienda, empiezo con mi consabido circunloquio. Hoy me remonto nada menos que al Génesis, el primer libro de la Torá.
Mi personal exégesis de este texto bíblico es que se trata de una alegoría de propósito apologético y, claro, lo que esta narración alaba es el modo de vida de un pueblo, el hebreo, pastor nómada.
Vistas así las cosas, el Jardín del Edén no significa sino la nostalgia por unos tiempos, los de los cazadores-recolectores, en que abundaban los frutos silvestres y numerosos e incautos animales eran fácil presa de las celadas. Adán y Eva representan ese idílico y perdido modo de vida. Al parecer fueron los últimos en comer la sopa boba, siendo finalmente expulsados del Paraíso o, lo que es lo mismo, debieron abandonar el nomadismo para volverse sedentarios.
A sus hijos no les quedó otra que ponerse a la tarea: Caín cultivando el cereal y Abel apacentando sus rebaños. Mala elección la del primero, ya que Yahveh, ¡oh sorpresa!, prefirió el sacrificio de Abel porque olía a sabroso kebab y rechazó los chamuscados calçots de Caín que, ingenuo vegano, se los presentó viudos de butifarra.
Así que, esto perseguía demostrar con tanta divagación, el famoso conjuro “ganarás el pan con el sudor de tu frente” no pretendía castigar el pecado original con el trabajo, sino que maldecía simbólicamente a la agricultura como forma de subsistencia.
Acabo: el trabajo digno y bien remunerado nunca ha sido una condena, ni siquiera tras comer del fruto prohibido, sino una bendición; y más en los procelosos tiempos que vamos a vivir.

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