20 septiembre (2): Entre signos, plagas y anticristos de los últimos días
- Javier Garcia

- 20 sept 2020
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Ahora que llega el equinoccio y las hojas caducas tornan el bosque de colores rojizos y ocres, el escenario mundial también parece comulgar con lo declinante del septentrión; peor aún, está adquiriendo un tono apocalíptico por la concurrencia de desastres sin número.
No voy a insistir aquí sobre la pertinacia de la pandemia, porque no es sino una de las muchas desgracias que nos afligen. Para seguir con la lista, el cambio climático ha decidido darnos el enésimo aviso bajo la forma de incendios monstruosos (en esta ocasión en la costa oeste norteamericana) y de anómalos comportamientos atmosféricos. Dicen los expertos que, desde que comenzó la temporada, ya se han formado veinte ciclones atlánticos, cifra que es la propia de todo el año y que en esta ocasión se ha alcanzado cuando aún restan unos dos meses de actividad ciclogénica. Por si estos sumideros de bajas presiones no fueran suficientes, ahora mismo tenemos una borrasca tropical azotando la península Ibérica y un huracán mediterráneo, un "medicane" (solo hay noticias de cinco de estos fenómenos en cuarenta años), asolando la costa oeste griega. Para concluir este listado de calamidades naturales, y aunque sea a pequeña escala, aquí nos han llegado las mareas vivas y, con ellas, los conatos de desbordamiento de la ría a su paso por Zorrozaurre y Elorrieta (esos que nunca más iban a ocurrir tras la apertura del canal de Deusto).
Pero estas dos plagas, la del coronavirus y los desastres meteorológicos, no son sino las primeras del Armagedón por entregas que estamos experimentando. Porque la siguiente que ya está enseñando la patita es el crack económico. No hace falta ser muy listo para predecir lo que va a ocurrir en los próximos meses, según los ERTEs decrezcan en la cuantía de sus ayudas o devengan en EREs de extinción. En el contexto de una economía tan interdependiente, no va a haber sector de actividad que no se vea afectado y que no recurra a los despidos masivos. Los poderosos , mientras tanto, ya están posicionándose ante la debacle y, como en todas las crisis, hacen su aparición las fusiones bancarias, que no son sino una manida treta para escamotear la deuda a los acreedores, particularmente si estos somos los incautos contribuyentes; o, si no, las compraventas internacionales de grandes empresas industriales, de las que, por cierto, en Euskadi estamos siendo víctimas propiciatorias.
A la vez, estas pobreza y desigualdad extremas que se nos vienen encima amenazan con dinamitar el edificio democrático y dar cancha a opciones totalitarias. Porque, mis queridos lectores, toda apocalipsis que se precie tiene sus bestias. La de San Juan tenía dos: la primera, de siete cabezas, coronadas todas ellas por sendas diademas, y diez cuernos, semejaba un leopardo dotado de patas de oso; y la segunda estaba constituida por dos cuerpos como de cordero y hablaba como serpiente. En nuestro caso creo que las bestias, que ya están trabajando para volar la democracia desde dentro, son más numerosas y menos extravagantes, aunque algunas de las más poderosas y temibles también luzcan pelajes tan escandalosamente chillones como el felino del evangelista. Nuestras alimañas tampoco tienen la elocuencia de los ofidios, antes bien la sequedad de ideas de los borregos (y en eso se asemejan a la segunda de las bestias de San Juan, con doble cuerpo de ternasco), pero se soportan en voceros mucho más eficaces y persistentes que los arcángeles trompetistas; de modo que el mensaje de estos falsarios, reiterativo y vacuo, termina por aceptarse como la "verdad alternativa". Y esto, claro, inaugura una nueva era: la del imperio de la mentira.
La capital de ese mundo, decadente e insostenible, en el que a nadie le importa qué es lo cierto y qué lo falaz, no puede ser sino la Gran Babilonia (ponedla donde queráis) que, siempre según San Juan, castigada por sus pecados, experimentará el más terrible terremoto y desaparecerá de la faz de la tierra abierta en tres partes. Y aquí no sé si el apóstol fue realmente visionario y vislumbró un universo moribundo y repartido entre los imperios de oriente y occidente, siempre en conflicto, y el mundo ignoto y mísero de los bárbaros, utilizados de carne de cañón, mano de obra barata, como proveedores de las materias primas más escasas a precio de saldo o depositarios de toda la basura que, sin aparente remedio, produciremos, hasta la asfixia entre tóxicos químicos y plásticos, tan ubicuos como resistentes a la degradación. Será, en resumidas cuentas, un final paulatino y muy poco épico; sin juicio, sin réprobos ni justos ni paraíso, solo será el infierno en que estamos transformando este planeta maravilloso.

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