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20 septiembre (1): Ockham vs. Sagan

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 20 sept 2020
  • 3 Min. de lectura

En los primeros compases de esta semana ha copado los titulares de la prensa una publicación científica que afirma haber detectado grandes concentraciones de fosfina (PH3) en la atmósfera de Venus. Es el caso que, a día de hoy, no se conocen procesos geoquímicos o fotoquímicos capaces de producir este compuesto en las cantidades medidas, de modo que, para los investigadores que han hecho este descubrimiento, la única explicación plausible es la actividad biológica de parte de organismos que viven en condiciones anóxicas (en ausencia de oxígeno) y pueblan la alta atmósfera del planeta hermano, donde se "disfruta" de un ambiente caracterizado por temperatura y presión aceptables.

Con independencia de que serán necesarias muchas otra medicciones para confirmar el rastro de la fosfina y determinar su distribución y relación con los ciclos circadianos, muchos otros científicos se han apresurado a recordar la denominada "Ley de Sagan" (Carl Sagan fue un destacado científico involucrado en la investigación planetaria de la NASA y gran divulgador) que dice: "las afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias". De modo que se han puesto a la labor de tratar de hallar los procesos no biológicos que pudieran dar los mismos resultados.

No es la primera ocasión en que se produce esta secuencia de acontecimientos. De hecho, ha sido bastante común en la historia de la exploración de Marte. Ya las primeras sondas que aterrizaron con éxito en el Planeta Rojo, allá por los setenta, las Viking, efectuaron tres experimentos destinados a detectar carbono y sustancias orgánicas, y a identificar los restos de procesos metabólicos. Hubo algunas contradicciones entre lo que cada una de las pruebas revelaba, pero, a grandes rasgos, la respuesta a la pregunta que los investigadores se formulaban debiera de haber sido afirmativa; sí, parecía que había microorganismos marcianos. Pese a ello, el afán fue buscar otras explicaciones, mayormente la posible contaminación terrestre, la falta de especificidad y sensibilidad de los experimentos, la existencia de procesos geológicos que pudieran remedar los biológicos o la imposibilidad de vida bacteriana expuesta a la radiación ultravioleta que abrasa la superficie del planeta. En tiempos mucho más recientes, fue noticia el meteorito de origen marciano ALH84001, en cuyo interior se hallaron restos de hidrocarburos aromáticos policíclicos (exclusivos de los procesos vitales) y partículas de magnetita asociables a procariotas, y se observaron formas que semejaban microbacterias fosilizadas. Nuevamente se desencadenó la búsqueda de alternativas y se determinó que el exterior del meteorito mostraba evidencias de contaminación por aminoácidos del entorno antártico circundante donde se halló. Finalmente, está todavía vigente el debate sobre el metano marciano (que, nuevamente, podría ser un indicio de metabolismo bacteriano). Aquí, aparte de suponer procesos geológicos metanógenos, los que exigen pruebas extraordinarias han descartado cualquier posibilidad de que el metano observado se deba a la actividad de organismos vivos, porque las determinaciones están siendo muy contradictorias (un orbitador norteamericano y las sondas aterrizadas han encontrado cantidades apreciables de este gas en concentración variable, según las estaciones; mientras que el orbitador europeo ha medido trazas ínfimas, casi indetectables, de este mismo compuesto).

No diré yo que la denominada "Ley de Sagan" no sea útil y oportuna, porque el sensacionalismo no es exclusivo de la prensa rosa, y la prudencia en ciencia y la exhaustividad en el experimento constituyen pilares fundamentales a la hora de erigir el edificio de la verdad. Sin embargo, el método científico también cuenta con otra guía ontológica, la denominada "Navaja de Ockham" (Ockham fue un monje británico medieval) cuyo enunciado primitivo es "en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable" o, dicho de una forma más adecuada al caso, "la tesis probablemente verdadera es la que requiere formular el menor número de hipótesis apriorísticas". Si aplicamos la Navaja de Ockham a los casos discutidos, es fácil persuadirse de que la conclusión sobre el significado de los datos recabados sería verosímilmente la opuesta a la escéptica que la mayoría de la comunidad científica ha adoptado.

Ante este choque de trenes lógicos (nótese que ninguna de estas dos "leyes" lo son en sentido estricto), mi posición particular es continuar acumulando datos, pero, por favor, que buena parte de los nuevos experimentos estén destinados a confirmar o desmentir la hipótesis biológica, y no a rastrear alternativas que, aun en el caso de ser ratificadas como posibles, no van a terminar de aclarar nada relevante.

 
 
 

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