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20 noviembre 2022 (2): El Mundial, más seco que la mojama

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 20 nov 2022
  • 3 Min. de lectura

Hoy mismo comienza el mundial de fútbol 2022. Deberíamos, pues, estar hablando de los próximos y excitantes encuentros y formulando apuestas acerca de quiénes serán los triunfadores, individuales y colectivos, de este magno espectáculo. Y no digo que no sea así, pero a las noticias estrictamente deportivas les está haciendo la competencia el murmullo ensordecedor de las sospechas de corrupción cuando se adjudicó la sede a esta monarquía del Pérsico, de las miles de muertes y el trato inhumano que han afligido a la comunidad de trabajadores extranjeros que edificaron las instalaciones y, ahora, de las restricciones al ejercicio de las libertades más elementales de los hinchas desplazados como consecuencia de las leyes y reglamentos impuestos por la teocracia confesional gobernante. Eso sí, los anfitriones, generosos ellos, tranquilizan a mujeres, homosexuales y otras gentes de mal vivir, garantizando a las primeras poder acudir a los estadios sin la compañía del hombre tutor… siempre que vistan con el mínimo recato, y a los segundos la libre circulación, mientras no manifiesten públicamente sus depravadas tendencias.

Lo sorprendente es que la gente se sorprenda, y que sea ahora cuando se repare en todas esas circunstancias y antecedentes tan negativos a la hora de elegir y disfrutar de una sede para el evento deportivo más movilizador del mundo. Y eso sin tener en cuenta otra certeza: la del clima, absolutamente impropio para el ejercicio al aire libre y razón del insólito calendario de celebración escogido, interrumpiendo las competiciones nacionales y continentales para hacerle un hueco de más de un mes  al mundial... una locura.

El mal, sin embargo, hace ya tiempo que se había adueñado del fútbol y del deporte en general, ya que las competiciones deportivas, por lo menos las que mayor expectación suscitan, no se entienden hoy más que como gigantescos negocios. No ha tanto tiempo que un campeonato mundial de fútbol se consideraba de interés público y era retransmitido en abierto, casi totalmente íntegro, por las televisiones nacionales. Ahora no, si quieres ver cualquier partido que no sea de los jugados por la Selección Española has de apoquinar a alguna de las plataformas privadas que detentan los derechos de retransmisión.

Creo que incluso el espectáculo acusa esa extrema mercantilización del acontecimiento, y no sé si tanta avaricia romperá el saco, porque barrunto que la emisión en abierto proporcionaría colosales ingresos publicitarios. Pero, en fin, allá los codiciosos empresarios que manejan todo este cotarro, yo creo que con el tiempo acabarán matando a la gallina de los huevos de oro. De momento, proponen que esta extraordinaria ave ponga todos sus dorados óvalos en el restringido nido de los más poderosos, quiero decir que ahí están esos clubes de grandísimos presupuestos que sueñan con crear una competición exclusiva donde se enfrenten unos pocos hasta el aburrimiento y se lleven todo el dinero que ahora, aunque mal distribuido, llega a una comunidad de equipos mucho más amplia.

El balón empieza a rodar y, para desesperación de los más aguerridos, que no se arredraron ante los malos augurios y han viajado a la península arábiga, se confirma la ley seca en los estadios y sus aledaños y, por supuesto, que tampoco habrá bocadillos de jamón o chorizo que llevarse al gaznate. Para paliar, no sé si con éxito, tanta escasez de lo jugoso, parece que se han habilitado unos tabernáculos (de tiendas de campaña entienden mucho estos pueblos nómadas) para aficionados, donde estos, sin posibilidad de escandalizar al virtuoso pueblo catarí, den suelta a sus más bajas pasiones y se pongan morados a cervezas a doce euros y colesteroloso cordero, bien especiado, como el espectáculo programado, no sea que nos llegue el desagradable regusto a intransigencia y se venga abajo el trampantojo del supuesto cosmopolitismo de los anfitriones.

 
 
 

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