20 febrero 2022 (2): Demasiado cerca de la línea roja

Tristemente los sucesos se están precipitando y la inestabilidad en el este de Europa se halla muy cerca de su paroxismo, porque los contendientes se aproximan al punto fatídico a partir del cual son los acontecimientos, y su caótico desenvolvimiento, los que se hacen con el mando de la máquina del horror y la guerra se desencadena.

Cuesta entender que, a estas alturas de la historia y conociendo sobradamente lo trágico de los conflictos bélicos (especialmente si, como es el caso, los bandos enfrentados cuentan con el más moderno arsenal), los esfuerzos diplomáticos no hayan conseguido detener la escalada de agresividad verbal y la acumulación de tropas a ambos lados de la frontera en litigio.

Otro gallo hubiera cantado si todas las partes hubieran acatado algunos principios básicos de la coexistencia internacional. Quiero decir que, en primer lugar, Ucrania es un estado soberano, que tiene todo el derecho a mantener su integridad territorial y a decidir autónomamente acerca de su posición de futuro en el tablero internacional. Pero es igualmente impepinable que la minoría rusa, mayoritaria en las regiones del este ucraniano, no puede ser discriminada por razón de su cultura u origen étnico.

Desgraciadamente, parece que ni rusos ni ucranianos entienden que, si no se aceptan esas evidencias y se da salida a esas legítimas aspiraciones, no se logrará una sosegada y próspera convivencia jamás (y la historia es pródiga en otras infaustas experiencias, como el interminable conflicto judeo-palestino). Más preocupante aún, el problema ucraniano es, en realidad, el problema de varias repúblicas ex soviéticas, porque las circunstancias traumáticas que rodearon a la desaparición de la Federación y la secesión unilateral de muchos de los otrora países integrantes han dejado abundantes litigios latentes, sin que se atisbe el menor ánimo por emprender el imprescindible diálogo.

Complican aún más el estado de cosas las irreprimibles ansias de Rusia por recuperar su carácter imperial (como en otras desgraciadas experiencias europeas, está empeñada en conseguir para el pueblo ruso un gran "espacio vital") y la incomprensible y agresiva actitud de una organización como la OTAN, concebida oficialmente como alianza defensiva, pero empeñada en expandirse hacia el Este sin que ninguno de sus estados actualmente signatarios se haya visto amenazado por nadie.

Si a todo esto le sumamos la precipitación con la que el Kremlin lanzó el órdago a la mayor, reduciendo al mínimo el espacio para recular sin mostrar flaqueza o claudicación, y el imprudente alarmismo que los Estados Unidos vienen agitando desde todos los medios de comunicación, tendremos el cóctel explosivo que amenaza con volar por los aires la paz y con hacer de Europa, otra vez, el campo de batalla del mundo donde se dirima el futuro de la humanidad.

No quiero asustar, pero insisto en que, desencadenadas las hostilidades, nadie puede predecir si el conflicto se detendrá con prontitud o, por el contrario, se complicará hasta involucrar a varias otras partes, creciendo en órdenes de magnitud y suscitando la tentación de alguno por apretar el botón rojo. El momento es crítico, están en juego muchos miles de vidas, jóvenes la mayoría. Que recuerden los agresivos que, vistas las guerras con la suficiente perspectiva temporal, ninguna de ellas mereció la pena; los intereses, ideales y sueños por los que se emprendieron periclitaron más temprano que tarde, pero a quienes perdieron su vida estérilmente nunca se les podrá restituir el que era su bien más preciado y del que tan injustamente fueron despojados.