20 agosto 2023 (1): Javier Nostradamus
- Javier Garcia

- 20 ago 2023
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En mi artículo del domingo pasado, "Repta la sierpe de verano", pronosticaba la inminente reaparición pública de la afilada pluma de Juan Luis Cebrián y, apenas veinticuatro horas más tarde, se confirmó mi profético augurio. Debo reconocer, sin embargo, que hasta ahí llegaron mis dones adivinatorios, porque su reentré estival para nada ha tenido que ver con su habitual defensa a ultranza del régimen del 78, que es lo que yo barruntaba. Por el contrario, el artículo en cuestión enfrenta el delicado tema de la guerra de Ucrania y lo hace, además, para recordar a todos los sumisos cortesanos que el rey va desnudo, o sea, que la falsa historia que nos cuentan, de tanto repetirla, muchos se la han creído (ese viejo camelo del bien y el mal enfrentados en su más pura esencia, que no se compadece con la compleja realidad del conflicto al este del continente europeo).
Empieza el señor Cebrián recordando algunos hechos sobradamente probados, como que "cuando menos" verbalmente, los Estados Unidos garantizaron a Rusia la no incorporación de Ucrania a la Alianza Atlántica como condición no escrita para la reunificación alemana, que ese compromiso fue roto por el presidente Bush en 2008, cuando invitó a Georgia y Ucrania a incorporarse a la OTAN y que el "heroico" Euromaidán fue un golpe de estado, auspiciado por la Casa Blanca, contra el entonces presidente ucraniano, Viktor Yanukóvic.
A partir de esas evidencias, Cebrián concluye que la guerra actual es consecuencia de del fracaso del diálogo entre Moscú y Washington, otorgando a Kiev un papel subsidiario en el conflicto desatado hace año y medio. Y lamenta que la Unión Europea, que la define como un proyecto de paz y cooperación bajo el imperio de la ley, haya sido absorbida por una alianza militar. Termina recordando lo palmario, que ni Estados Unidos ni Rusia pueden ser perdedores absolutos de la conflagración de la estepa, porque si tal posibilidad le pareciera verosímil a cualquiera de ambos estaríamos muy cerca de una guerra global, con gran probabilidad hasta la mutua destrucción nuclear.
Termina su sorprendente artículo "Defender Ucrania hasta la muerte de los ucranios" censurando que ninguno de los gobiernos de la Europa Occidental haya apelado al diálogo como única solución a esta barbarie, desgraciadamente la última de una larga serie que viene oscureciendo la procelosa historia de nuestro continente desde la creación de los estados modernos.
Al contrario de cuando opina de los asuntos internos españoles, no puedo sino estar de acuerdo con las líneas generales del análisis que el ilustre reportero realiza, recordando el valor de la diplomacia y rechazando el unilateralismo y la política de los hechos consumados.
A partir de aquí mi reflexión vira hacia la razón por la que Cebrián ha decidido mojarse en tan espinoso tema y PRISA aceptar la publicación de semejante rapapolvo a la política exterior comunitaria (si bien es cierto que el texto desapareció de la versión telemática del diario en horas y que, tras la "bomba" periodística, este y todos los demás medios han dado la callada por respuesta). Como creo que el antiguo director y presidente del periódico más leído en España no da puntada sin hilo, su osadía solo puede obedecer a dos causas: o es el crepuscular "sostenella y no enmendalla" de un señor entrado en años, al que poco importa ya su futuro político y profesional o, más verosímilmente, servir de vanguardia en el paulatino cambio del relato monocorde que, hasta la fecha, hemos sufrido sin que ni gobiernos ni medios hayan concedido espacio a la más mínima discrepancia. Y, claro, si se pretende rectificar es porque o lo que está ocurriendo en el campo de batalla desdice la verborrea propagandística o se ha llegado al límite del esfuerzo bélico y económico aceptable para la economía internacional.
Pronto sabremos si, con el retorno a la normalidad otoñal, se confirma el viraje en las actitudes y se instauran unas condiciones más propicias al diálogo. Ojalá, porque como recuerda Cebrián, siguen muriendo muchos ucranianos, pero también rusos y a saber cuántos otros de muy distintas nacionalidades.

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