20 abril: Lluvia impresionista
- Javier Garcia

- 10 may 2020
- 2 Min. de lectura
Hoy no sé qué escribir, siento decepcionar vuestras expectativas. No puedo aún determinar si se trata de un receso en el hasta ahora constante fluir de ideas o que, comprensiblemente, se me ha agotado toda la artillería dialéctica para combatir esta penosa situación.
Lo único que aquí y ahora ocupa mi estado de ánimo es la nostalgia; una insuperable añoranza de la normalidad.
Hasta los rituales más anodinos y las condiciones meteorológicas más adversas me parecen ambrosía de los dioses que libar con fruición.
Reparo ahora en el sutil goce de lo irrelevante, en que, cada mínima acción y cada modesto recoveco de la realidad observable nos pueden deparar la dicha de existir. Por eso, y a la espera de que el plectro me devuelva el ingenio, he decidido narraros algo tan poco trascendente como un paseo con Rusty bajo una pertinaz lluvia:
“Le acomodé la correa y juntos salimos a la calle. Hacía un tiempo, no podía ser de otra forma, de perros, y la lluvia arreciaba empujada por el viento del noroeste. Era la orgía de las varillas y las telas oscuras, de lo enmascarado con lo hidrófobo, de lo lóbrego e impersonal; hasta las multicolores luces del caótico tráfico se deformaban y degradaban al través del tejido impermeable de modo que todo parecía como pincelado sobre lienzo impresionista; carente de detalles, groseramente redondeado y difuminado en sus bordes. Disminuida la visibilidad por el negro desplegado, solo acertaba a entrever el graso brillo del asfalto y el apresurado paso de una miríada de zapatos. Rusty, ignorando lo incómodo de mi impedimenta y la pelea con Eolos por mantener enhiesto el paraguas, me abría el frente de los tirones hacia cualquier parte que no fuera la ruta por mí deseada. Con el paraguas inservible, yo calado hasta los huesos y Rusty ignorante del descalabro, llegamos a casa, a esa casa que entonces era refugio y ahora prisión.”

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