2 octubre 2022 (1): Italia
- Javier Garcia

- 2 oct 2022
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La ultraderecha ha ganado las elecciones en Italia. Así que, como en Polonia, Hungría y, tal vez, Suecia, el país trasalpino tendrá un ejecutivo liderado por gentes que no ocultan su fascinación por los fascismos del siglo XX, y cuyo objetivo no es otro sino profundizar en la deriva iliberal y dejar a la democracia reducida a un cascarón de formalidades bajo el que se oculte un sistema autoritario, ultraliberal en lo económico, xenófobo en lo cultural y confesional en lo religioso.
Muchos se preguntan cómo hemos podido llegar hasta aquí, pero el problema no es tanto dónde nos hallamos ubicados hoy como hacia dónde nos dirigimos. Porque el sistema, ausente cualquier alternativa política, hace tiempo que se quitó la máscara y decidió desmontar el denominado estado de bienestar, que nunca fue tal, para instaurar definitivamente el sálvese quien pueda del más salvaje capitalismo.
Para ello cuenta con la escasamente democrática institución de la Unión Europea y la pusilánime socialdemocracia que, habiendo recibido la confianza electoral de las clases populares durante décadas, la ha defraudado reiteradamente, incumpliendo los programas electorales y abrazando los principios económicos neoliberales. A la vez, se ha acabado con la libertad de prensa por aplastamiento financiero. Hoy no se escuchan en los medios habituales, y en la red de redes, más que las soflamas reaccionarias. No hay más que sintonizar cualquiera de los telediarios de las dos grandes compañías mediáticas españolas y, si me apuráis, de la televisión pública, para darse cuenta de la manipulación inmisericorde a la que estamos siendo sometidos; ya que todos los días dedican la mayor parte de su tiempo a desfigurar la realidad para que el ingenuo receptor vea a su comunidad transformada en un mundo post apocalíptico donde te ocupan la casa mientras sales a por el pan, les roban el móvil a tus hijos a punta de navaja, saquean las tiendas de tu barrio o transforman tus plazas, antaño entrañables puntos de encuentro vecinal, en campos de batalla donde las bandas dirimen sus diferencias para hacerse con el boyante mercado de los psicotrópicos. Por descontado que, mientras las voces en off describen todos estos terribles hechos, las imágenes nos dicen que los perpetradores de tanto desafuero tienen la piel oscura y vinieron de lejos para destruir nuestra identidad y los valores que la configuraban, quitarnos el trabajo y acabar con nuestro sosegado modo de vida.
Y el problema es que el mensaje fraudulento cala porque algo de eso hay: se ha contemporizado con una inmigración salvaje, que para nada responde a un espíritu de solidaridad universal, con el propósito de explotarla despiadadamente y reducir a la nada los derechos laborales de los autóctonos, se ha convertido a muchos trabajadores en activo en pobres de solemnidad, tentados de vadear el cada vez más somero Rubicón que separa la honradez miserable del delito, y se ha dejado a la mayoría de los jóvenes sin esperanza, sin un proyecto de vida que merezca la pena.
Por todas estas razones la desesperada ciudadanía anda a la búsqueda de salvadores, de esos que proponen soluciones sencillas a problemas complejos. No los hallará, solo entronizará a patéticos y grotescos gobernantes, en extremo sumisos al dinero. Ya lo dijo Marx: “la historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”.

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