2 agosto (2): Como pollos sin cabeza
- Javier Garcia

- 2 ago 2020
- 2 Min. de lectura
Decir que este agosto comienza con mal pie es recurrir a un eufemismo blanqueante del negro azabache que tizna la presente situación. Cuando escribo estas líneas, llegan apabullantes datos sobre la contracción económica experimentada en el último trimestre, solo equiparable a la que deparó la Guerra Civil.
Nos sobran camareros y faltan clientes dispuestos a consumir. Pero no solo eso, nuestra declinante industria boquea sin remedio. A las pésimas perspectivas del automóvil, tiempo ha barruntadas, se unen ahora los despidos en el sector aeronáutico, que amenazan con desmantelar el único nuevo proyecto productivo exitoso de Euskadi en los últimos cuarenta años.
Mientras tanto, los rebrotes del coronavirus siguen su curso “natural” o, más bien, el que las condiciones “artificiales” le están permitiendo. Porque no es tan “natural” el pasmo y la parálisis de las distintas administraciones que, plenamente conscientes de la que se venía encima, ni pusieron en marcha una red de rastreadores suficientemente tupida, ni se prepararon para encarar con diligencia el control serológico de las personas en contacto con la infección.
Como resultado de su ineptitud, empiezo a sospechar que, en vez de rebrotes, lo que nos acecha es la segunda ola de la pandemia.
Completamente desbordados por los acontecimientos, y tozudamente instalados en el electoralismo más ramplón, a los políticos no se les ha ocurrido otro recurso que señalar a la ciudadanía, siempre mucho más irresponsable que ellos, los botellones y al enemigo exterior como los culpables de nuestras desgracias. Así las cosas, se están empleando a fondo en cerrar las puertas a los extraños portadores del maligno. Sin ánimo de ser exhaustivo, recuerdo aquí que al Reino Unido le ha faltado tiempo para ponernos en cuarentena y a la Xunta de Galicia se le hacen los huéspedes apestados, de modo que, entre otros sospechosos de llevarles la inmundicia, los vascos que osemos pisar esa bendita tierra habremos de cumplimentar un formulario que deje tranquilos a los puros de allende Piedrafita, Ribadeo o cualquiera de sus otras aduanas.
Con todo, nadie ha llegado al éxtasis místico de la Comunidad de Madrid. Su gobierno ha visto la luz al final del túnel: una suerte de “cartilla COVID” donde se reflejen al detalle todas las íntimas promiscuidades de su titular con el coronavirus o, alternativamente, su prístina virginidad. Por si alguno creía que esto iba de salud, la presidenta del ejecutivo madrileño lo ha dejado claro, y no “descarta” que el subsodicho papelujo sea necesario para acceder a determinados puestos de trabajo. Yo les propongo que, ya que han tenido tan buena idea, no pierdan la oportunidad de anotar también cualquier otra patología del infeliz fichado que desaconseje su desempeño laboral; la patronal, las mutuas y las aseguradoras les estarán eternamente agradecidas. Allá los melindrosos que siempre aguan la fiesta apelando a prescindibles derechos reflejados en la Constitución y hasta en la Declaración Universal de los Derechos del Humanos. De ahí a la estrella de David en amarillo va muy poco trecho.

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