2 agosto (1): Las vacaciones que se ausentaron
- Javier Garcia

- 2 ago 2020
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Este fin de semana han comenzado las vacaciones estivales de una buena parte de los asalariados. Como todos los agostos, los que la economía todavía nos lo permite, hemos hecho las maletas, pero nos atribula la certeza de que este año van a ser diferentes.
Sobre todo porque el riesgo de contagio ha proscrito las liturgias apologéticas de la carnalidad, que tan gratas le son al dios del estío. No asistiremos a chupinazos aderezados de sobaquillo, ni danzaremos el reguetón cachete con cachete, ni serpentearemos en congas sobonas, ni concurriremos a fiestas populares aromatizadas por sudores aguardentosos.
También echaremos de menos los reencuentros besucones, la despreocupada compartición de alimentos y bebidas, y hasta el transporte público abarrotado de viajeros.
Tampoco se verán aquellos guiris que, tal vez, detestábamos por haber elegido el mismo destino y ocupar nuestras terrazas favoritas, pero que ahora los recordamos entrañables y hasta estimulantes; inasequibles al desaliento ante el implacable canto de la chicharra, estoicos sufridores de pieles acangrejadas, inmunes a la infección de la modorra canicular.
¿Qué nos queda, pues, de las vacaciones?: el calor que no cede, los endémicos incendios, la omnipresente y asfixiante mascarilla, el hotel tan estéril como un quirófano, la inquisición de la distancia y el tiempo playeros, las recomendaciones de asepsia repetidas hasta la exasperación y, para relajarnos de todo eso, la copa apurada en soledad y convenientemente espaciados.
Serán, en fin, unas vacaciones con profiláctico, y suerte si al final no resultan de marcha atrás. Reviviremos, en resumidas cuentas, los recuerdos de nuestro futuro; el distótipo porvenir que nos acecha.

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