2 abril 2023 (2): Ni inteligentes ni artificiales
- Javier Garcia

- 2 abr 2023
- 3 Min. de lectura
Estos días se habla de la denominada Inteligencia Artificial (IA, o AI en su versión inglesa). Entre otras cosas porque reconocidos expertos en la materia han publicado una carta alertando de los graves riesgos para la humanidad que conlleva la carrera, desbocada y desregulada, por su implantación en los ámbitos público y privado. Por eso, han pedido una moratoria de seis meses que posibilite una reglamentación que preserve los derechos y establezca unos mínimos mecanismos de seguridad de obligada observación internacional. Casi de modo simultáneo, Italia acaba de bloquear el uso de ChatGPT, una de las herramientas IA que ha alcanzado mayor popularidad, por incumplir la normativa sobre protección de datos y por carecer de filtros que verifiquen eficazmente la edad de los usuarios.
De sobra está decir que, para cuando se han alzado estas voces de alarma, la Inteligencia Artificial ya había colonizado todo tipo de sistemas: en la defensa, en los aparatos policiales y contra la subversión, para la traducción de las lenguas, en los juegos de mesa, con el fin de reconocer rostros, en la toma de decisiones empresariales, para dirigir las políticas de recursos humanos o decidir complejas operaciones financieras…
Como no es posible opinar sin entender mínimamente los rudimentos de esta tecnología, voy a tratar de explicarla, pese a mis muy limitados conocimientos. La IA se funda en la aportación masiva de datos, casos, estadísticas, imágenes, etc., que proporcionan al sistema una suerte de "aprendizaje", y en la aplicación sobre los nuevos casos planteados de los algoritmos pertinentes. Para que el lego en la materia entienda lo que es un algoritmo, recurro al símil culinario, y me atrevo a asemejarlo a una receta, donde no basta con conocer los ingredientes (los datos), sino que además se hace preciso determinar sus cantidades, el orden en el que se incorporan a la mezcla y el tratamiento térmico a seguir. Pues bien, todos esos detalles procedimentales constituyen el algoritmo. Un algoritmo puede ser una función matemática, una ecuación o sistema de ecuaciones, una sucesión de silogismos, un árbol de decisiones, algunas de las aplicaciones de la teoría de juegos o una combinación de todo lo anterior; puede, incluso, incorporar cierta aleatoriedad probabilística, clásica o vallesiana, con el propósito de simular un cierto "factor humano".
En definitiva, que los sistemas expertos, "inteligentes", funcionan para el usuario como cajas negras, a las que se las alimenta con determinada información de entrada para obtener una salida; salida que, por lo general, o es una respuesta a una pregunta, o adopta una "decisión" en torno a una cuestión, usualmente altamente compleja.
Por supuesto que la IA no tiene nada que ver con la inteligencia que guía la conducta de los seres vivos. La Inteligencia Artificial no es capaz de hacer abstracción y de generar una idea genérica de un ente tras observar numerosos ejemplos concretos del mismo, simplemente computa todos los casos particulares que le son accesibles y solo así identifica la naturaleza del nuevo "individuo" que se le muestra. Claro que tampoco crea, el arte generado por estos sistemas no es digno de tal nombre, ya que nunca parte de un papel, un lienzo en blanco o de un bloque informe de piedra. Simplemente mezcla con cierto criterio (el que le proporciona el algoritmo) los elementos artísticos de los que dispone, obviamente, creados por seres humanos. Por la misma razón, la Inteligencia Artificial, al menos la fundada en la tecnología actualmente en uso, jamás desvelará nuevas leyes de la naturaleza; en el mejor de los casos, podrá erigirse en útil herramienta para la identificación rápida de pautas o reglas bajo el cúmulo, aparentemente informe, de datos empíricos. Y termino, por supuesto que estos códigos, asistidos por colosales bases de datos, no tienen, ni tendrán consciencia. Eso sí, según pase el tiempo, la remedarán con creciente fortuna.
En definitiva, y espero que tras el fárrago anterior lo veáis con cierta nitidez, los sistemas expertos nunca podrán ser considerados como jueces independientes, neutrales, objetivos, asépticos... y todos los demás calificativos que queráis emplear, que siempre den la mejor respuesta, la más cercana a la verdad. Porque las bases de datos de las que disponen son las que les han proporcionado sus operadores y los algoritmos han sido concebidos por sus creadores humanos para uso por otros humanos y, por tanto, se hallan inevitablemente infectados por intereses espurios, prejuicios, creencias, ideologías y, por qué no, por errores más o menos groseros.
El único control que ofrece ciertas garantías es el democrático, ejercido por el pueblo soberano.

Comentarios