19 noviembre 2023 (2): De gris marengo
- Javier Garcia

- 19 nov 2023
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Desde que se celebraran las elecciones generales el pasado 23 de julio, la Jefatura del Estado ha atraído sobre ella el foco de atención de la opinión pública y los medios de comunicación. En primera instancia porque tuvo que proponer candidato a ser investido como presidente del Gobierno y, estos últimos días, porque ha recibido a la presidenta del Congreso de los Diputados, Francina Armengol, para que le informe de los resultados de la votación y, pocas horas después, para tomar la promesa de Pedro Sánchez como nuevo presidente del Gobierno.
Todo muy protocolario y aséptico... ¿o no? Lo cierto es que, cuando hizo su primera propuesta para las sesiones de investidura, hubo de elegir entre un candidato que había ganado las elecciones, pero que por su escasa capacidad de tejer acuerdos era incapaz de alcanzar la mayoría parlamentaria necesaria, y un segundo aspirante que de primeras contaba con menos votos comprometidos, pero que, por los anteriores consensos alcanzados, podía concitar amplios apoyos. El Jefe del Estado se decantó por el primero de ellos y la Casa Real arguyó que se limitaba a cumplir con la tradición de designar al líder de la formación política más votada. La decisión se adoptó a pesar de la certeza de que el nombrado candidato no tenía ni la más mínima posibilidad de salir airoso del envite, salvo infame tamayazo. Las consecuencias de la trascendente decisión están ahí: la prolongación del tiempo en que el ejecutivo ha ejercido en funciones y la oportunidad del nominado de darse un cierto baño de popularidad y, de paso, acallar momentáneamente la contestación proveniente del seno de su formación.
Tras la confirmación del fracaso anunciado, no quedó otra que optar por la segunda alternativa. Y tampoco fue cómoda la tal decisión, porque los levantiscos del ala derecha de la derecha esperaban no se sabe qué ingerencia anticonstitucional del monarca para que parara la máquina del mal, como siempre constituida por rojos y separatistas. Por eso no han faltado quienes han calificado al rey de traidor; en medio de un ambiente enrarecido en el que, como previne la pasada semana, ya se han manifestado contra la amnistía aún no decretada la judicatura (o, al menos, su componente más reaccionaria), los empresarios, la Iglesia Católica, una asociación de guardias civiles que dicen estar prestos a derramar sangre por la unidad de España (¿la suya o la de los demás?) y la organización de militares retirados que en su día ya expuso la conveniencia de fusilar a unas decenas de millones de antiespañoles, cuyas vidas son una fruslería al lado de los supremos intereses de la patria.
Por si todo esto fuera poco, han continuado los malos tragos para el más alto representante institucional, porque lo de darse por enterado de que aquellos a los que acusó de "deslealtad inadmisible hacia los poderes del estado", en su celébre discurso del 3 de octubre de 2017, van a ser amnistiados y que desempeñarán un papel relevante en la vida política española durante toda la legislatura ha debido ser una suerte de bálsamo de Fierabrás para su ya irritado gaznate.
No me extraña, pues, la indumentaria elegida para la solemne recepción de los resultados de la votación en la Cámara Baja y la formal promesa del nuevo Presidente del Gobierno: un oscurísimo traje gris marengo, una corbata de color indefinible y tan apagada como el traje y una camisa de blanco roto; todo, tan cerca de lo funerario, que hubiera cuadrado en el último adiós a cualquier prócer de la patria.
Y no le queda nada por transigir, porque en unos meses habrá de rubricar con su firma la restauración del honor de los encausados por el 1-O. Que vaya eligiendo alguna otra sombría vestimenta y preparándose para el acoso de quienes se dicen sus súbditos más leales.

El otro día oí a García Abad, el viejo periodista, decir que el descrédito de la monarquía, antes de la abdicación, era tal que tuvieron que investir a este jeta del traje marengo pero yo creo que cuela menos que su padre