19 junio 2022 (2): Cumbre del esperpento
- Javier Garcia

- 19 jun 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 22 jun 2022
Este pasado jueves, en Oslo, se celebraba con gran boato la mayoría de edad de la heredera del trono noruego, la princesa Ingrid Alexandra. El evento este de las sangres bendecidas por la gracia de dios también congregó a los también herederos de Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Suecia, además de padres y abuelos de los interfectos y representantes de muchas otras casas reales, entre los que no faltaba nuestro Jefe del Estado, en segunda derivada por la gracia de un gallego bajito, y hasta una representación del Imperio del Sol Naciente; todos luciendo obscenamente joyas despampanantes y vestidos de relumbrón, haciendo uso y ¿abuso? de los patrimonios nacionales respectivos y despachándose unos ágapes de los que ya no se usan ni en las cumbres políticas del más alto nivel.
Esta anacrónica y lamentable oda a la desigualdad se entonó con el reclamo y la excusa del nuevo rol de la mujer, ya que cuatro de los cinco herederos presentes eran del género femenino. Circunstancia aplaudida por los lameculos de las cortes y los tontolabas que se comen cualquier truño con tal de que venga envuelto en el celofán de la corrección.
Con todo, lo que me más me sorprende de este encuentro medieval no son las galas ni las medallas no sé sabe dónde merecidas ni los ditirambos de los paniaguados, sino la aquiescencia de unos pueblos que presumen de longevas democracias y centenarias culturas. Aducen los racionalizadores de la sinrazón que la institución monárquica apuntala y estabiliza el orden democrático y que, alejada como está de la contienda política, desempeña un útil rol de arbitraje en favor de la concordia y el acuerdo.
Nada más lejos de la verdad, el heraldo de la injusticia, investido de unos insólitos privilegios de cuna, nunca puede ser el paladín de la democracia ni puede representar con equidad los anhelos de todas las clases sociales y, menos, de las más desfavorecidas, cuyos problemas han de ser del todo desconocidos para los ahítos de la sopa boba del trono. En cuanto a su supuesta neutralidad política, ahí está la historia para desmentirla: en España Alfonso XIII bendijo la dictadura de Primo de Rivera, el rey italiano Víctor Manuel III otorgó las riendas del país a Mussolini tras su antidemocrática Marcha sobre Roma, el emperador japonés Hiro Hito desencadenó una atroz guerra contra sus estados vecinos... y muchos otros monarcas, situados ante las encrucijadas de la historia, casi siempre han optado por la reacción y se han opuesto a los cambios y el progreso.
Hay todavía un sector de defensores tibios de la pervivencia de la institución monárquica que comulgarían con todo lo que he dicho, pero que la defienden por su carácter, dicen, exclusivamente representativo. A esos les diría que muchos de estos coronados hacen flaco favor al prestigio de las patrias que encarnan; porque, con más frecuencia de la que debería exigírseles, se suelen ver envueltos en escándalos sexuales, enriquecimientos de orígenes más que dudosos y oscuros contubernios al margen de la voluntad popular. Con el agravante de que, si se destapa el escándalo, tienen la arrogancia y la desvergüenza de rehusar dar explicaciones mientras siguen dependiendo de los Presupuestos Nacionales. Es hora, pues, de que las monarquías se arrumben en los desvanes de la historia, de que la institución se baje del presente en una estación del tiempo a la que nunca sea posible retornar, da igual si está personalizada en una rubicunda y rubísima niñita, sosteniendo un cetro de oro y pedrería, que representada por un musculoso africano envuelto en piel de leopardo y lanza en ristre.

esa raza me da tanto asco (como las cucarachas) que pienso siempre en lo bien que lo hicieron los bolcheviques, no dejar ni uno vivo