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19 julio (2): Anacleto agente secreto

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 19 jul 2020
  • 2 Min. de lectura

Son tiempos procelosos los que corren, los mejores para los fisgones. Todo empezó con el culebrón, ¿o era dragón?, del 5G de Huawei, la "manzana" tecnológica oriental que, al parecer de los del otro pomo, alimentaba a un gusano devorador de datos. No debe sorprendernos la sabiduría mostrada en la cría de lepidópteros por el pueblo que inventó la seda. De hecho, Anonymous también los ha denunciado por escuchar a los usuarios de Tik Tok.

Pronto reaccionaron los chinos, ofendiditos por la desconfianza con que siempre los hemos visto, y un grupo de sus heroicos pescadores, en vez de capturar el preciado atún rojo, recogieron con sus redes no sé qué ingenios electrónicos submarinos dedicados a recabar información sobre los movimientos de su flota.

Como los rusos no podían ser menos, acaban de detener a un periodista colaborador de Roskosmos (su agencia espacial), acusado de alta traición en connivencia con la OTAN. Ni qué decir tiene que británicos y canadienses se han apresurado a responder inculpando a hackers próximos al Kremlin, los "Cozy Bears", de robar resultados del desarrollo de su vacuna contra el coronavirus.

Para que al esperpento no le falte de nada, aquí también tenemos nuestro caso de espionaje, aunque sea de la Señorita Pepis. Y es que los expertos de la Generalitat en esto del rastreo electrónico, que también los tienen, han descubierto que los teléfonos de los señores Torrent y Maragall estaban infectados del bicho Pegasus, una oruga mutante de la empresa NSO que escucha conversaciones, lee mensajes, accede al disco duro, hace capturas de pantalla, obtiene el historial de navegación e, incluso, es capaz de activar la cámara y el micrófono; vamos, nada que no puedan hacer, y que no hagan, las operadoras y los fabricantes de los móviles. El debate, no sé si caliente o frío, está servido. Ahora la cuestión que se dirime es si el seguimiento de estos peligrosos insurrectos se hacía desde la oficialidad, desde las cloacas de la oficialidad o desde las cloacas por su cuenta y riesgo. Jamás lo sabremos, por la impericia o mala fe de los fontaneros de este estado nuestro y porque, con tanto residuo fecal, desbordan los pozos sépticos y las depuradoras no dan abasto.

En cualquier caso, nos encanta que nos espíen. Si desean conocer sobre nosotros es indicio evidente de que poseemos algo valioso de lo que los fisgones carecen; sabernos escudriñados alimenta ese inconfeso supremacismo que todos profesamos. Además, para infortunio de los escuchapedos, diré que los servicios de... ¿inteligencia?, los de todos, distan leguas de la eficacia y la distinción de 007; entre nosotros, se parecen más a Mortadelo y Filemón y su TIA.

Por si las moscas y los comerciantes de intimidades no son tan lelos, termino aconsejando a los que quieran preservar sus secretos que simplemente los guarden para sí y, si no hubiera otra alternativa que compartirlos, que hagan como los mafiosos, que siempre recurrían a mensajeros o, mejor aún, que se las apañen con sus secuaces susurrando y con la mascarilla puesta. De momento, el embozo ya nos ha librado de los programas de reconocimiento facial y, desde luego, también será seguro profiláctico contra los malditos lectores de labios; si son humanos y no cibernéticos, con doble efecto terapéutico.

 
 
 

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