19 febrero 2023 (1): La zorra y las uvas, pero al revés
- Javier Garcia

- 19 feb 2023
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 21 feb 2023
Ya sabéis de esa vieja fábula en la que una zorra hambrienta contempla embelesada unos racimos de uvas pendiendo de una elevada parra y, al no poder alcanzarlos, se resigna al ayuno convenciéndose a sí misma de que, después de todo, aún estaban verdes. Pues bien, en el sistema que sobrevivimos un potentísimo aparato propagandista nos quiere convencer, y creo que con nuestra complicidad lo consigue, porque a nadie le gusta admitir su desdichada condición, de que determinadas miserias tienen en realidad su lado venturoso o, alternativamente, vienen apretadamente empaquetadas junto a otras peculiaridades de la modernidad, resultando tan inevitables como la salida o la puesta del Sol. O sea, que ahora, pese a que las uvas están manifiestamente inmaduras y tienen un sabor acre, se nos persuade de que están en su sazón y obliga a su ingestión.
Así, la precariedad en el empleo se vende poniendo de vuelta y media el confort del funcionariado o el supuesto inmovilismo de quienes llevan muchos años en el mismo puesto de trabajo, canonizando el cambiar de empresa más que de ropa interior y elevando eso de no tener donde caerse muerto a mérito curricular sine qua non.
A estar disponible las veinticuatro horas para lo que la empresa tenga a bien solicitarnos se le llama flexibilidad, de modo que compatibilicemos mejor lo laboral con lo familiar; o teletrabajo, muy tecnológico, pero apechugando con los consumos de energía e internet y respondiendo a consultas a horas intempestivas.
Es trasnochado cogerse las vacaciones en un solo bloque y en temporada alta, con el riesgo de desconectar de la sacrosanta profesión y teniendo que compartir el espacio con miles de ociosos o soportando los sablazos de hoteles y restaurantes. Mejor es pillarse de vez en cuando una de esas oportunidades para sobrevivir unos días en alguna casa rural, disfrutando de la escasa luz diurna y las adversas condiciones meteorológicas del invierno, a la par que se goza de la experiencia de la soledad más absoluta, cual robinsones del siglo XXI.
Y cuando ya llevamos un porrón de años trabajando y cotizando no debemos pretender jubilarnos. Aún tenemos mucho que aportar y grandes conocimientos que transmitir; además, permanecer activos durante más tiempo eleva nuestra autoestima, nos permite mantener un círculo relacional más amplio y retarda el declive cognitivo (ironía y sarcasmo aparte, toda esa retahíla de afirmaciones gratuitas están completamente desmentidas por la evidencia empírica: quienes antes dejan el trabajo viven más años).
Del mismo modo, nos martillean las neuronas con el mantra de que se acabó eso de adocenarnos en nuestras respectivas áreas de confort, incluyendo la intolerable pretensión de vivir siempre en el mismo lugar. Ahora cada cierto tiempo hay que moverse, de ciudad o, incluso, de país, y todos los días para ir y volver a nuestro puesto de trabajo, porque, en palabras literales de algún economista mediático, hemos de residir en Móstoles, digo en mataporsaco, y no quejarnos de lo inaccesible del derecho constitucional a la vivienda. Por supuesto que lo de ser un adulto ya talludito y tener que compartir piso, hacinado en los espacios comunes y recluido para el trabajo y el descanso en una indecente habitación, no es una condición miserable, sino una oportunidad para socializar y hacer amigos, en muchas ocasiones con derecho a roce.
El consumo de comida rápida, insalubre y de pésima calidad, no es evidencia de una escasísima capacidad adquisitiva ni de la limitada disponibilidad de tiempo para organizar nuestra vida privada, sino otro signo de progreso. ¿Qué diablos hacían nuestros padres y abuelos perdiendo el tiempo en la compra y la cocina?
Igual de guay es recurrir al mercado de lo usado, que para nada es un indicio incuestionable de un bajísimo nivel de vida, sino una opción comprometida con el reciclaje y el respeto al medio ambiente, a la par que nos ganamos unos eurillos vendiendo lo que ya no usamos.
En fin, que partiendo de los tiempos del pupilaje y las ollas vigiladas, y tras décadas de continuo crecimiento, hemos llegado a los sofás disputados y los frigoríficos compartimentados. Y tan contentos.

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