19 diciembre 2021 (2): ¡A la mierda el futuro!
- Javier Garcia

- 19 dic 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 10 ene 2022
Ahora que se aproxima el fin de año, tiempo más que apropiado para hacer balance y plantearse nuevas proposiciones, retornan a mí las cavilaciones, por otra parte frecuentes, en torno a la naturaleza del futuro.
Cuando niño, joven y hasta no tan joven, el futuro estaba allí, tan real como el pasado, abierto a un sinfín de alternativas como las páginas de un libro aún no escrito, inquieto e inestable a la espera de ser irremediablemente concretado. Uno aguardaba con ansiedad mal contenida la consecución de hitos de la más variada naturaleza: la culminación de las etapas formativas propias o de los hijos, la cancelación de la hipoteca, la coronación con éxito de los retos profesionales más perseguidos...Así que el futuro de aquel pasado era incierto, pero lo alumbraba la esperanza de que un día cristalizaría ante nuestros ojos en un presente tangible.
Si predecible nos parecía el futuro personal, igual de verosímiles se manifestaban los vaticinios sobre el destino colectivo. En aquel tiempo dichoso, ese durante el cual vivía la vida eterna, estaba absolutamente convencido de que sería testigo del fin de todas las obras y proyectos en curso y hasta del advenimiento de una sociedad superadora de sus grandes contradicciones. Me preguntaba quiénes sucederían a aquel presidente del gobierno, a muchas otras autoridades… hasta al Papa entonces en el solio de San Pedro, persuadido de que los vería en el ejercicio de sus cargos. Pensaba igualmente que daría testimonio de los éxitos de los campeones a lo largo de no se sabe cuántos juegos olímpicos y que hasta contemplaría en directo cómo pisaba Marte el primero de nuestros congéneres.
Pero un malhadado día de la segunda década de este siglo, en medio de un de las tareas que más absorbido me tenía, reparé en que no culminaría aquel trabajo. Y es que mi horizonte de sucesos profesionales, ya próximo por la inminente jubilación, me ocultaba todo lo que en relación a aquel asunto aconteciera más tarde de aquel impuesto límite. Estimulado por el pasmo reparé en que empezaban a escasear los hitos personales por alcanzar y, peor aún, que eran numerosos los que en otros tiempos anhelaba y ahora estaba convencido de no poder asir jamás.
De repente oscurecieron mi pensamiento los negros nubarrones de la imposibilidad. Las oportunidades para ser un deportista de éxito, un científico brillante y exitoso, un jefe con altas responsabilidades... habían pasado. Todos quienes conocía ubicados en la cúspide de su realización eran más jóvenes que yo. También empecé a temerme, y por razones bien fundadas en la praxis, que huían de mi tiempo revoluciones tales como la plena electrificación del transporte, la puesta en marcha del primer reactor de fusión comercial, la energía de origen cien por cien sostenible y hasta el dichoso viaje a Marte.
Resulta, pues, que el futuro no siempre llega; más aún, que según nos movemos por el tiempo se torna más escueto, magro y correoso. Es como si de pronto me hubiera afectado una suerte de hipermetropía temporal por la que se me impidiera vislumbrar el porvenir tan diáfanamente como hace algún tiempo lo percibía.
La vida, queridos amigos, no tiene un carácter cíclico como algunos pretenden vendernos, sino que sigue una trayectoria rectilínea de un solo sentido y abrupto final. Obviamente, cuando se ha recorrido un largo trecho el segmento que resta es corto, penoso de r
transitar y cicatero en las recompensas. Así que mandemos a la mierda ese futuro tan poco halagüeño, centrémonos en el presente, que es igual de fugaz para todos, sea cual sea el pasado sobre el que se sustente y con independencia de cuán prolongado y estimulante parezca lo que ha de llegar tras él.
Por cierto, creo que ya he comprado mi último coche.

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