18 septiembre 2022 (2): Lloro por el libro
- Javier Garcia

- 18 sept 2022
- 2 Min. de lectura
La gran tragedia cultural de hoy es que la inmensa mayoría de signos leídos y escritos lo son en formato digital. Seguro que alguno se sorprenderá ante esta afirmación tan rotunda; después de todo qué más da si lo importante es que se lea y escriba. Empiezo por aclarar que gran parte de esos bytes procesados en pantalla por todo el orbe (alguien seguro que puede aportar cifras estimativas) son de bajísima calidad, de esos intercambiados en las redes sociales sin más propósito que el entretenimiento de baja estofa o el comercio, legal o delictivo. Con todo, seguro que las consultas en los buscadores, las reseñas informativas y formativas de toda índole y la lectura de obras completas en el formato de e-book dan cuenta de una ingente actividad intelectual. Pero, queridos amigos, los estudios científicos realizados a este respecto muestran, sin espacio a la menor duda, que el cerebro sintoniza mucho mejor con el conocimiento soportado en papel, que el libro tradicional muestra una serie de particularidades, fundamentalmente asociadas a su corporeidad, que van desde la forma de pasar las páginas hasta ese cautivador olor a papel y cola, que favorecen la comprensión y la retención de lo leído.
Estas evidencias experimentales, y otras que prueban los positivos efectos del noble oficio de amanuense en el desarrollo psicomotor, chocan contra la pertinacia de las políticas educativas, que proponen el abandono del sustrato de papel y su sustitución por el ordenador desde las edades más tiernas de los discentes. Debe ser que confunden la forma con el fondo y se dejan arrastrar por un estado de opinión que erradamente otorga su mejor evaluación al último grito tecnológico. Empeño por otra parte estéril, en el sentido de que la digitalización de la infancia y la juventud ya progresa a sus anchas, sin necesidad de estímulos adicionales, empujada por la fuerte inercia social imperante y la imparable sustitución de juguetes y actividades deportivas por las aplicaciones soportadas en los móviles.
A todas estas desgraciadas circunstancias que hoy concurren para amenazar la existencia del libro (el de toda la vida, sus alternativas electrónicas nunca merecerán semejante nombre) hay que sumar ahora la invasión de los denominados "audiolibros". Este endiablado invento no se conforma con el cambio de soporte y propone el abandono definitivo de la lectura y su sustitución por la escucha. No hace falta demasiado talento para reparar en que lo que se plantea es desistir del papel activo que se le exige al lector y sustituirlo por el pasivo de oyente. Sin el acto volitivo de recrear mentalmente el texto no puede establecerse la imprescindible complicidad entre el autor y el destinatario de la obra, y menos proceder a un análisis reflexivo de la información o el conocimiento transmitido para incorporarlo al acerbo de sabiduría del receptor.
En fin que los resultados de este desvarío ya están aquí: lenguaje oral fundado en no más de trescientas palabras, polisémicas y monosilábicas en buena proporción, y una escritura recesiva que, como las antiguas semíticas, prescinde de las vocales, mientras continúa evolucionando hacia lo ideográfico, de bajo nivel de abstracción y casi exclusivamente emocional, de la mano de los ubicuos "e-mojis". Para que luego hablen de la irreversibilidad de los procesos; vamos directamente hacia la barbarie y la ignorancia que creíamos hace siglos superadas.

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