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18 septiembre 2022 (1): Indiscreta, La Vuelta

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 18 sept 2022
  • 3 Min. de lectura

Acabó La Vuelta el domingo pasado y, con ella, la oportunidad de matar la tarde canicular entre lecciones de geografía, polémicas bizantinas acerca de las tácticas de la carrera y cabezadas reparadoras. Las grandes vueltas ciclistas ofrecen la mejor de las oportunidades para conocer un país, sus paisajes, su clima, su cultura y sus gentes. Las cámaras desnudan la realidad sin censura, sin afeites que la maquillen, sin cocina previa, sin poses impostadas de los protagonistas.

Así que no es de extrañar que esos objetivos indiscretos, a pie de carretera o encaramados a la privilegiada atalaya de un helicóptero, hayan acumulado cierta fama de voyeurs y protagonizado anécdotas sin fin. Entre las más jugosas se cuenta el descubrimiento de numerosas plantaciones de marihuana en los áticos y azoteas de anónimas viviendas, de otra manera tan inadvertidas como la vida de trapicheo de sus inquilinos, y el desenmascaramiento de infieles que marcharon a un supuesto retiro de inmersión en la lengua de Shakespeare y fueron descubiertos por sus cónyuges jaleando desde variopintos arcenes a los esforzados de la ruta... acompañados de sus parejas de fin de semana y otras fiestas de guardar.

El caso es que yo he aprovechado ese "streaptease" de país, retransmitido sin más censura que la apresurada decisión de un realizador, para sacar algunas conclusiones dolorosas. La más evidente es que el avance de la desertización de la península Ibérica no es un invento de demagogos ecologistas, enemigos del progreso, sino una realidad acaso más cruda que la que pintan los más sensibilizados defensores del medio ambiente. Salvo las esperanzadoras excepciones de los bosques de altura y las praderas de la verde franja cantábrica, el resto de los espacios lucían ocres o grises, descarnados, meteorizados y maltratados por el crecimiento desordenado de la superficie urbanizada, por el vertido descontrolado de escombros y, si la toma era la suficientemente cercana, por la ubicua presencia de plásticos desechados salvajemente.

Pero hete aquí que, en medio de una gran sequía y padeciendo el verano más tórrido desde 1880, ese beige ubicuo se veía interrumpido por miles de manchas azul celeste, aun en los lugares en que, según la información disponible, se estaban sufriendo serias restricciones en el suministro de agua, tanto para el consumo humano como en el destinado al regadío. Así que, más que piel de toro, lo que semejaba Celtiberia era un descomunal y espantoso traje de faralaes, de fondo marrón salpicado de lunares azules.

Y esto mientras administraciones y agencias de toda catadura ruegan, casi exigen, que se cierren grifos, se eviten los baños en favor de las duchas y hasta se limite el uso de las cisternas. La conclusión a la que llego es que todas esas conminaciones no tienen por destinatarias más que a las personas de rentas modestas, mientras que se hace como si se ignoraran los excesos de los más afortunados. Estos parece que tienen patente de corso para cometer toda suerte de desmanes.

Creo que no es aventurado colegir que esta "geometría variable" también se aplica al consumo de otros insumos escasos, tales como los combustibles fósiles. O sea, que los súper millonarios pueden usar sus jets privados a discreción, las fortunas intermedias mantener calentitas sus piscinas climatizadas y los ejecutivos de medio pelo jugar al golf a la noche bajo iluminación artificial. Eso a la par que se propalan duras consignas y se disparan las tarifas para restringir el gasto energético de los hogares de las clases baja y media. Vamos, lo de ahorrar el chocolate del loro, pero en su versión más clasista.

Pues me declaro en rebeldía. Seguiré dándole al interruptor y abriendo la espita lo que mis estándares de bienestar me exigen y mis recursos económicos me permiten. Y, si quieren mi adhesión a sus cínicas campañas, que empiecen por proscribir los consumos suntuarios con medidas contrastables.

 
 
 

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