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18 junio 2023 (1): Irene Montero

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 18 jun 2023
  • 3 Min. de lectura

En el último momento, como cuando James Bond salva al bellezón de turno de las garras mortales del villano, Sumar y Podemos alcanzaron el ansiado acuerdo para que el bloque de progreso, ubicado a la izquierda política del PSOE, se presente al completo y sin fisuras a las elecciones generales del próximo 23 de julio. Es, sin duda, una excelente noticia para la democracia española, porque la concurrencia conjunta de todas estas formaciones minoritarias ofrece la única posibilidad de frenar al populismo trumpista en el que ha degenerado el conservadurismo español.

Sin embargo, el ansiado alumbramiento de esta deseada coalición ha sobrevenido tras intensos dolores de parto y dejándose muchos de sus líderes abundantes pelos en la gatera. De sobra es conocido, porque el aparato mediático carca lo ha aireado hasta el paroxismo, que Sumar ha vetado las candidaturas de varias personalidades históricas de Podemos, concretamente la de Pablo Echenique y, sobre todo, la de la actual ministra de Igualdad, Irene Montero.

Quiero creer que la decisión obedece a criterios estrictamente electoralistas, y que quienes han excluido a estos reconocidos líderes del movimiento 15M de las listas de candidatos lo han hecho por la sola convicción de su supuesto pobre cartel político, y no por vendetta o como resultado de una oscura purga interna.

Me detengo en el triste caso de la ministra, ya que desde el primer momento de su acceso al alto cargo público que ostenta ha sido objeto de la más despiadada caza mediática que este país haya conocido. Fue la víctima sacrificial elegida porque, primero, era la esposa de un vicepresidente del Gobierno y el más carismático líder de Podemos, lo que ofrecía en bandeja de fina orfebrería la posibilidad de difamarla, de que la vil murmuración tuviera visos de verosimilitud y la acusación de nepotismo fuera aún más lacerante, porque podría añadírsele el envenenado ingrediente de un supuesto sexismo, del que ella y su marido eran, y son, declarados enemigos.

Además, y para infortunio de la señora Montero, la denominada ley de “solo es sí si es sí”, se alumbró con cierto defecto de forma (así parece que hay que aceptarlo) que ha posibilitado la aviesa lectura de una judicatura extremadamente puntillosa a la hora de hallar en la letra de la norma lo que desde luego contradice su espíritu, con el resultado, aireado hasta el empacho, de que parezca que los únicos beneficiados de la entrada en vigor de esta reforma de los delitos sexuales en el Código Penal hayan sido los maltratadores y violadores de todo jaez.

Y termino con otro matiz que hace a la ministra de Igualdad particularmente vulnerable: su lenguaje corporal. En estos tiempos en los que la imagen es tan importante, su carácter vehemente y la desatención a este importante componente del marketing político han propiciado a los fotógrafos expertos en la demolición de personas infinitas ocasiones para eternizar sus posturas crispadas y sus mohínes desfavorecedores, las guarniciones que mejor acompañan al plato de infundios que muchos medios sirven como contrastadas noticias.

 Dicho todo esto, la decisión de excluir a la infortunada ministra de candidata a congresista queda explicada, pero no justificada. Porque la pregunta que hay que hacerse es si una propuesta electoral progresista y honesta puede plegarse a la presión de la reacción y sus ruidosos voceros en aras de una supuesta, pero no probada conveniencia. Porque si el precio a pagar por mantenerse en el poder es no hacer ruido, no herir la sensibilidad de los detentadores de la verdad neoliberal, no decir lo que se piensa y, quizás, no hacer lo que corresponde a un programa mínimamente socialdemócrata, ¿para qué se quiere seguir gobernando, para satisfacer las aspiraciones personales y el ego de algunos? Que nadie olvide la desastrosa experiencia de Manuela Carmena, cuando decidió presentarse a su reelección a modo de lideresa omnímoda y “moderada”, prescindiendo del que ella entendía el pesado hándicap del “extremista” Podemos.

Concluyo matizando que no quiero que mi lúgubre reflexión ponga en duda la oportunidad que la alianza Sumar va a ofrecer a todos los progresistas de conservar el gobierno de la nación y, con ello, de terminar una tarea de modernización de nuestra sociedad, que es perentoria, y de seguir paliando las consecuencias de la enorme desigualdad socioeconómica que padecemos, en la medida que el sistema lo permita, claro.

 
 
 

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