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18 julio 2021 (2): Solo gana uno

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 18 jul 2021
  • 2 Min. de lectura

Estamos en tiempo deportivo. Hace solo una semana que concluyó la Eurocopa, hoy mismo termina el Tour de Francia y, en solo cinco días, se celebrará la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Tokio. Hemos visto, y vamos a ver, riadas de lágrimas, algunas de alegría, las más de profunda decepción, y alguna que otra sangre durante o tras el intento de llegar un poco antes o más lejos que los rivales, ser más fuerte o acertar con el tiro ganador.

La Eurocopa, con su abrupto final de Wembley, maltrato doméstico rampante, explosión de racismo y conatos de violencia incluidos, me ha enseñado que las bajas pasiones desatadas por las derrotas (sufridas por la inmensa mayoría) superan con creces la euforia de los vencedores. Terrible, aunque obvia, constatación, porque a nadie se le escapa que la disputa solo la gana uno y todos los demás prueban el acre sabor del fracaso (más amargo cuanto más cerca estuvo la soñada victoria).

La competición, también en las carreras profesionales, es cruel, y muy pocos son los laureados pese a que, con la contumacia propia de los ingenuos, muchos aspirantes inicien la disputa infundadamente ilusionados con un triunfo harto improbable. ¿Por qué despreciamos las matemáticas? ¿Por qué se pone a rodar el balón y hasta los equipos más débiles y sus delirantes seguidores sueñan con un éxito que nunca alcanzarán? No lo sé, aunque barrunto que debe haber alguna explicación biológica; después de todo, la lucha entre pedrador y presa suele ser sumamente desigual y, pese a ello, ninguno se da por vencido; no importa cuán terribles sean los colmillos del carnívoro o cuán veloces resulten las extremidades del herbívoro. Tal vez se trate de una adaptación evolutiva que trata de apurar hasta la más mínima posibilidad de salir airoso de situaciones desesperadas.

En cualquier caso la competición, en el deporte y en el mundo laboral, no acarrea más que sinsabores y frustraciones sin cuento. Largos años de esfuerzo suelen acabar sin mayor premio que haberlo intentado. Un pequeño error de última hora, una inoportuna indisposición, la mala fortuna, el inopinado surgimiento de un rival inalcanzable o, peor aún, las malas artes del contrincante o una actuación "arbitral" tendenciosa (e incluyo en este concepto a los jefes que se guían por intereses espurios o ceden ante la presión del influyente) arruinan las expectativas generadas.

El mundo sería mucho mejor sin exacerbar la competencia, más allá de satisfacer unos requisitos mínimos para el buen desempeño deportivo o profesional. Evitaríamos mucho dolor, tensión, odio, inseguridad, envidia, desconfianza... Y si no estáis convencidos de lo que digo, pensad en la gratísima sensación que nos invade cuando estamos cooperando, cuando sabemos que el que está a nuestro lado forma parte del mismo equipo y que nos va a ayudar a conseguir los objetivos planteados.

Vistos así, el trabajo sería una tarea colectiva orientada al bien común y el deporte una saludable actividad para solazarnos; olvidando nuestras preocupaciones que, aun en la Arcadia que describo, seguro que seguirían ahí, interponiéndose entre nosotros y la esquiva felicidad.

 
 
 

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