18 diciembre 2022 (1): La Unión Europea, una cueva
- Javier Garcia

- 18 dic 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 27 dic 2022
Lamento profundamente las últimas noticias que nos llegan de Bruselas. Cuatro personas, entre ellas una vicepresidenta del Parlamento Europeo, han sido detenidas bajo la sospecha de haber aceptado sobornos procedentes de Qatar para suavizar las declaraciones condenatorias de la Cámara en relación al presunto escaso respeto a los derechos humanos en este país del Golfo Pérsico.
Desafortunadamente, no es el primer escándalo de posible corrupción que sacude las instituciones comunitarias. Ha habido ya muchos, demasiados. Aquí solo voy a citar un par de ellos, de los más sonados y relativamente recientes, que afectaron a las máximas autoridades de la Comisión. Por ejemplo, el protagonizado por el señor Durao Barroso, que parece que mantuvo relaciones privadas con el banco norteamericano Goldman Sachs cuando aún presidía la tal Comisión. Más aún, algunos documentos confidenciales filtrados desvelan mensajes de esta entidad financiera sugiriéndole cambios en la política comunitaria que, siempre según las mismas fuentes, fueron contestados con una amable promesa de leerlos "con gran interés". El caso es que Durao Barroso pasó a ser ejecutivo de esta banca nada más periclitar el periodo de incompatibilidad; aunque, a decir verdad, no fue una excepción entre los miembros de su gobierno, ya que nueve de sus veintiséis comisarios también habían hecho uso de las puertas giratorias en el mismo espacio de tiempo para ocupar altos cargos en otras entidades financieras, energéticas y de telecomunicaciones. Para muestra de la incomodidad que su conducta suscitó en la institución bastan las palabras de su sucesor, el señor Juncker: "cuando vuelva Barroso por Bruselas será recibido como lobista, y no como un ex presidente".
Otro sonado "affaire" lo protagonizó la que fuera Vicepresidenta y Comisaria de la Agencia Digital, la señora Neelie Kroes. Todavía ocupando su cargo comunitario, no declaró que dirigía una empresa sita en el paraíso fiscal de Bahamas. Pero aquí no acaban las suspicacias que esta octogenaria suscita, ya que este mismo año un colectivo de eurodiputados ha pedido que sea investigada porque, tras su salida de la UE y durante el periodo de incompatibilidad, presionó a las autoridades holandesas a favor de Uber contra el código ético comunitario vigente. Naturalmente que la interfecta acabó fichando por esta empresa.
Por supuesto que todas estas fundadas sospechas de compra de voluntades al más alto nivel europeo socaban el prestigio de la institución comunitaria y no hacen sino ahondar el abismo que separa a los ciudadanos de los estados miembros de esa lejana y opaca burocracia. Por eso, no es solo imprescindible castigar con el mayor rigor los delitos que se prueben e introducir los más severos mecanismos de control, sino también bucear en las causas de esta sucesión de hechos sonrojantes y tratar de atajar este mal desde sus raíces. El problema es mayúsculo porque, como creo que ya he indicado en algún artículo anterior, la Administración Comunitaria es la responsable de las políticas que mayor impacto tienen en el mercado y en la vida cotidiana de sus ciudadanos, con sus directivas medio ambientales, energéticas, financieras y de regulación del gigantesco pastel de las telecomunicaciones. Así que los potenciales corruptores son muy poderosos y, como el premio es de los gordos, ponen sobre la mesa enormes recursos para presionar y doblegar voluntades. Contra eso no queda otra alternativa que el férreo control democrático que, hasta la fecha, brilla por su ausencia. No hace falta recordar que las instituciones europeas son una suerte de cementerios de elefantes adonde terminan por arribar políticos "peculiares". Es decir, aquellos que ejercieron destacadas responsabilidades en sus partidos o sus países respectivos, pero que por razón de su avanzada edad, su condición de "versos sueltos" molestos para los actuales dirigentes, su extremismo o su declinante popularidad, han dejado de ser relevantes activos políticos en sus correspondientes distritos electorales. Así que se les premia su trayectoria con unas más que confortables poltronas y, de paso, dejan de importunar, ya que lo que hagan o digan en Bruselas llega a los medios como susurros inaudibles.
Y esto, insisto, lo causan la ausencia de elección directa por parte de la ciudadanía comunitaria (que, de paso, desmoviliza y propicia un elevadísimo absentismo a la hora de votar en los comicios europeos) y el para mí deliberado silencio que encubre todas las fechorías comunitarias, ya que televisiones y diarios no dedican a tan importante estamento de decisión el enorme espacio que en justicia le correspondería. Por todo esto estoy convencido de que se combatiría con mayor eficacia la maraña de corrupciones con más democracia y más atención mediática a la vida política de la corte bruselesa (ya se sabe, el ojo del amo engorda el caballo).

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