18 abril 2021 (2): “Sophagate” o la liviandad de la Comisión

En estos días pasados ha sido muy comentado el "affaire" protagonizado en Ankara por la señora Ursula von der Leyen, en calidad de presidenta de la Comisión Europea, el señor Charles Michel, presidente del Consejo Europeo y el señor Recep Tayyid Erdogan, como presidente de Turquía. Fue el caso que este último recibió a los altos dignatarios europeos ofreciendo asiento parejo al suyo al varón y relegando a la mujer a un sofá distante, idéntico al que acogía las posaderas de los intérpretes.

El suceso ha levantado una justificada ola de indignación por el ninguneo premeditado de la presidenta europea. No ha sido, sin embargo, el anfitrión otomano quien ha acaparado las mayores críticas; después de todo, su evidente conducta misógina es del todo coherente con su perfil ideológico y sus reiterados desaires, habitualmente tan poco diplomáticos. Quien ha sido el blanco de casi todas las iras es el señor Michel, por haber consentido tamaña discriminación por razón de género.

Con ser todo eso tal como lo cuento, y como lo interpreta la inmensa mayoría de la prensa occidental, permitidme una digresión que, creo, viene muy al caso. Que la Unión Europea se concibió mal y ha crecido y madurado entre el escepticismo y la deslealtad es harto sabido. El resultado no es otro que una organización compleja, en extremo burocratizada y, por voluntad deliberada de los estados, con escasa capacidad para hacer política independiente que comprometa a todos los países miembros. Formalmente, la Comisión es el ejecutivo, el gobierno, de todos los europeos, pero en la práctica es un organismo puramente administrativo, simple ejecutor de presupuestos y promulgador de reglamentos. Quien detenta de facto el poder ejecutivo es el Consejo Europeo, integrado por los presidentes, jefes de gobierno y primeros ministros de todos los estados socios. Nada, absolutamente nada, se decide sin que haya previamente un amplio consenso entre los gerifaltes nacionales. Más aún, los miembros de la Comisión no los designa su Presidenta, nombrada por el Parlamento a resultas de unas elecciones, sino que se eligen de una lista de candidatos (uno de cada estado) que, para cada comisariado, propone el todopoderoso Consejo, eso sí, con el visto bueno formal de la Presidenta de la Comisión. Poco importa la picajosa evaluación posterior de los aspirantes por parte del Parlamento; de hecho es un cribado que sirve a los intereses de los socios más poderosos, si es que en el último momento se deciden por descabalgar a cualquier pretendiente que no sea de su completa satisfacción.

En definitiva, que más allá del pretendido tanto monta, monta tanto, la Comisión como el Consejo, lo cierto es que el segundo decide y la primera solo administra. Por supuesto que esta obviedad no pasó desapercibida al astuto análisis del turco, que en la debilidad comunitaria vio la oportunidad de colar su mensaje reaccionario. Del señor Michel qué decir, sino que, probablemente, le traicionó el subconsciente y, ensimismado por el obsequioso trato dispensado, solo se dio cuenta del estropicio cuando estaba completamente consumado; después de todo, él, como la señora Von der Leyen, sabía con quién quería negociar el presidente turco y quién era el interlocutor apoderado del lado europeo.