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17 octubre 2021 (2): Optimista tecnológico, pesimista científico

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 17 oct 2021
  • 3 Min. de lectura

Vivimos un tiempo de cambio, cuándo no ha sido así, de modo que abundan los pronósticos sobre el incierto futuro que nos aguarda. Partimos de varios hechos incontestables que debieran producirnos desasosiego: el calentamiento global causado por la emisión desmedida de gases de efecto invernadero, el consumo de recursos muy por encima de la capacidad renovadora del planeta, la invasión del plástico, las pandemias de la obesidad y del consumo de psicotrópicos... Y, sobrevolando todo esto, como causa o efecto de todo lo demás, y de la codicia humana, una desigualdad creciente.

Pese a todas estas evidencias, quienes han pergeñado el mundo actual, los partidarios del carácter autoregulador de los mercados, han sacado de su chistera de mágicas soluciones una suerte de filosofía del optimismo que niega la mayor: ponen en duda el cambio climático, afirman que se puede revertir sin renunciar al consumo, o le buscan sus aspectos positivos (solo para los países de muy al norte, claro), suponen a la ciencia y la tecnología una capacidad infinita para sobreponerse a los desastres generados por la sobreexplotación desordenada de los recursos y afirman, sin rubor, que nunca antes los pobres habían disfrutado de mejor status y que el mundo evoluciona sostenidamente hacia la mejora de todos los indicadores de calidad de vida, aún para los más infortunados.

Confieso que también soy un incorregible optimista en todo lo que se refiere a lo que en el futuro nos pueda proporcionar la tecnología. Veremos, o verán las futuras generaciones, creaciones, inventos, del todo insospechados hoy, con una gran capacidad transformadora de la realidad y la vida cotidiana. Sin embargo, no puedo compartir esa visión complaciente de un mundo en ininterrumpido viaje hacia al Edén. El dióxido de carbono y los otros gases de efecto invernadero se caracterizan por situarse en valles de energía interna, quiero esto decir que son extraordinariamente estables y, para combinarlos químicamente de modo que se transformen en otras sustancias menos lesivas para el medio, se requieren grandes cantidades de energía. Las denominadas fuentes renovables no lo son tanto, porque las baterías, los paneles solares, los materiales compuestos de los que están hechos los aerogeneradores y los residuos nucleares plantean serios problemas de gestión si se consideran sus ciclos de vida completos. Los plásticos, y todos los demás materiales estructurales, son de muy difícil reciclaje, siempre consumiendo ingentes cantidades de energía para al final obtener productos con prestaciones muy inferiores a las de los originales.

Tampoco atisbo verosimilitud en esas disparatadas teorías del posthumanismo que creen en la inminente superación del estadio animal. Proponen, mediante la manipulación genética, el alargamiento de la vida o, alternativamente, el refugio de las consciencias en soportes artificiales. Por el contrario, estimo que, pese a la paulatina mejora de los medios terapéuticos, es muy probable que las jóvenes generaciones, afligidas por las inseguridades y dañadas por la mala alimentación, tengan una menor esperanza de vida que la que gozan los maduros y ancianos de hoy. La ingeniería génica da esperanzas de sanación a muchos pacientes que ahora sufren patologías incurables, pero si de lo que hablamos es de retardar apreciablemente el envejecimiento o detenerlo, habremos de intervenir sobre un sinnúmero de genes y actuadores epigenéticos de modo simultáneo, lo que se antoja una tarea inabordable, por lo menos en un plazo de varias décadas, si no por siempre. Finalmente, para trasladar nuestra consciencia a un contenedor artificial, esta debiera tener características de programa, pero solo una facción de la comunidad investigadora cree que la consciencia puede codificarse, la otra considera que el sentido del yo incorpora otros ingredientes solo proporcionados por el sustrato biológico.

Algunos de estos optimistas fían el futuro resplandeciente de la humanidad a los viajes interestelares. Pero las leyes de la naturaleza son testarudas y no se pueden cambiar por avanzados tecnológicamente que estemos: la aceleración a velocidades del orden de magnitud de la de la luz requiere de cantidades de energía en desaforado crecimiento. Contra la física nada se puede hacer. Serían viajes de duración disparatada, involucrando muchas generaciones y sin saber hacia dónde, ya que no se prevén en plazos razonables medios de observación capaces de determinar, sin espacio al trágico error, la identificación de mundos acogedores que, por otra parte, si lo fueran, ya estarían habitados y serían hostiles.

Así que mi visión del futuro es la de un mundo tecnologizado hasta extremos imprevisibles, pero asolado por el agotamiento de sus recursos, destruido como ecosistema y repleto de indigentes humanos.

 
 
 

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