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16 julio 2023 (1): Racimos, pero no de uvas

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 16 jul 2023
  • 2 Min. de lectura

El presidente Biden ha anunciado que los norteamericanos aprovisionarán a Ucrania con bombas de racimo, una terrible y cruel arma que estalla en el aire dispersando casi un centenar de ingenios explosivos dotados de temporizador, capaces de llevar la destrucción y la muerte a amplias áreas de los objetivos militares marcados. Un número apreciable de esos infernales artefactos no detonan inmediatamente, de modo que, tras un cierto lapso, pueden convertirse en espantosas minas anti persona. Dada su enorme capacidad para asolar los campos de batalla por décadas, más de cien países han proscrito el uso de tan letal munición; aunque, vaya por dios, no se cuentan entre ellos ni los Estados Unidos ni Rusia ni Ucrania.

Dice el octogenario mandatario que en esta, como en otras polémicas decisiones adoptadas en el curso de la terrible guerra eslava, cuentan con el visto bueno de la OTAN y sus aliados europeos que, efectivamente, permanecen bien calladitos, no se sabe si por vergüenza o sumisión, con la destacable y sorprendente excepción de nuestra ministra de Defensa, otrora más amiga de Ayuso que de su compañero de gobierno Bolaños, que en campaña electoral se nos ha puesto melindrosa, cuando no ha mucho tiempo disputaba al inefable Borrell el título de belicosa mayor del reino de España y de toda la colonia europea de los Estados Unidos de América.

¿Que cómo ha despachado el tartajoso y muchas veces trastabillado anciano las previsibles críticas a tan bochornosa decisión?  Pues afirmando que a Ucrania, y a sus aliados, se les agotan los proyectiles más convencionales de sus exigidos arsenales y con algo tenían que golpear al Belcebú venido de la fría estepa. El pretexto tiene sus contraindicaciones porque, si fuera cierto, cabrían dos inquietantes posibilidades: que la escalada del conflicto está alcanzando dimensiones de conflagración global, mientras se oculta esa realidad a la opinión pública, o que las potencias occidentales son tigres de papel que, frente a una limitada contienda regional, son incapaces de reemplazar la munición empleada y se hallan inermes ante cualquier ataque convencional masivo; y, si fuera falso, pondría de manifiesto lo despiadado de esta guerra, el propósito indisimulado de causar el mayor dolor posible y el arrumbamiento de cualquier consideración ética.

Camboya, víctima del mayor genocidio de la historia y que sabe de las consecuencias a largo plazo del uso de las bombas de racimo, ha desaconsejado a Ucrania la aceptación de ese envenenado regalo, porque si se emplean para recuperar los territorios anexionados por Rusia y la contraofensiva en marcha tiene éxito, serán los ucranianos los que en años venideros sufran los estragos diferidos de tan perverso armamento.

En fin, que otra víctima temprana de la guerra es el sentido común. De momento los ucranianos ya saben que sus supuestos amigos quieren circunscribir los muertos y la destrucción a su país, y no los van a aceptar en la Alianza Atlántica hasta que venzan a los rusos y recobren el control sobre los territorios estériles y ponzoñosos a los que van a quedar reducidas las áreas en disputa, con la única finalidad de transformarlas en la vanguardia despejada del avance occidental hacia Oriente.

 
 
 

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