16 abril 2023 (2): El lleno de la desesperanza
- Javier Garcia

- 16 abr 2023
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Ahora que concluye la semana de Pascua y es posible hacer balance de las mini vacaciones más populares de todo el año, todos los medios de comunicación se están haciendo eco de los récords batidos, de ocupación y de desplazamientos por tierra, mar y aire. Es reconfortante la constatación de un definitivo retorno a la normalidad, de las buenas perspectivas para el sector hostelero y, sobre todo, de la dosis de felicidad que como comunidad nos hemos inyectado.
Pero como nunca llueve a gusto de todos y soy uno de los pocos que me he quedado en casa, he tenido ocasión de oír a otros sedentarios despotricar contra las migraciones de placer. Seguro que ya conocéis esa cantinela que reza: "luego dicen que no hay dinero, pero la gente se mueve masivamente y atesta bares, terrazas y restaurantes".
En una primera apreciación la frasecita parece sabia, si se gasta el dinero en cosas perfectamente prescindibles es que sobra el pecunio. Pero que los árboles no nos oculten el bosque, el boom del ocio quizá tenga otras causas menos evidentes. Una primera que se me ocurre es el envilecimiento rampante del ambiente laboral, caracterizado ahora por una vigilancia extrema, mediante el control de los "breaks", hasta de aquellos causados por las necesidades fisiológicas más perentorias, el espionaje indisimulado de los mensajes personales, la cuantificación minuciosa de la producción, el cierre de las válvulas de escape más socorridas (como las reuniones de trabajo, que están siendo objeto de una inmisericorde persecución) y la demonización de la charleta. Así las cosas, y si a esto se le añade un entorno deprimente, debido a la falta de luz, la suciedad o el aire saturado de olores nauseabundos, permanecer en el puesto de trabajo las ocho horas reglamentarias es una prueba de resiliencia de la que muchos no salen bien parados. No es de extrañar, pues, que cuando los embrutecidos por este despiadado sistema de producción tienen por delante cuatro o cinco jornadas libres consecutivas salgan en estampida, como los niños cuando suena la campana liberadora anunciando que es la hora del recreo.
Tantas penalidades se soportarían mucho mejor si los salarios fueran dignos y los contratos un aval de estabilidad a medio plazo. Pero no, hoy el trabajo no garantiza la satisfacción de las necesidades y la preservación de los derechos más elementales, por cierto, recogidos en nuestra Constitución. Todos los días estamos leyendo que los jóvenes no pueden emanciparse porque, tanto el alquiler como la compra de vivienda, han disparado sus precios a valores estratosféricos y que el desplome de la natalidad no parece tocar fondo, debido a la imposibilidad, económica y logística, para compatibilizar la actividad laboral de la pareja con el cuidado de los hijos. En resumidas cuentas, se nos ha hurtado el futuro e impera la desesperanza. Tan es así que los ideólogos del sistema, prontos a suministrarnos los analgésicos para este profundo malestar, nos machacan con la filosofía carpe diem, esa que, como no hay porvenir, mejor dicho, está ahí, pero es más negro que el hollín, nos invita a vivir el presente sin pensar más allá de las próximas semanas.
Esa falta de expectativas y la incansable labor de la propaganda neoliberal han alterado el orden natural de las prioridades de la economía doméstica. Una mayoría social sin proyecto de vida viable se ha persuadido de que, en ausencia de objetivos verosímiles a largo plazo, lo que hay que hacer es "darle fuego" a la última paguita y, al menos, disfrutar de unos pocos días de vino y rosas.

Comer fuera de casa basura es sustancialmente más barato que comer comida sana en casa... la clave es barato