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16 abril 2023 (1): Supremacismos

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 16 abr 2023
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 21 abr 2023

Nuestra elevada consciencia está contraindicada en la consecución de la tan ansiada felicidad. Uno sabe de la inevitabilidad de la muerte, de su pequeñez, de su insignificancia, en definitiva, de lo prescindible que es para el resto del universo su bien más preciado: su existencia.

No es de extrañar, pues, que las personas llevemos luchando contra esa desazón mediante distintas argucias psicológicas desde que el mundo es mundo. Sin embargo, ya se sabe que algunas medicinas son excelentes para combatir determinadas patologías, pero infortunadamente tienen efectos secundarios indeseables. Y así ocurre con el mecanismo de defensa más socorrido que el humano ha labrado contra lo que Kundera llamó "la insoportable levedad del ser": refugiarse en el colectivo, trascender más allá del espacio y el tiempo propios, desparramándose por la amplia extensión de su colectividad.

Desafortunadamente, tal automatismo no suele mostrarse en su variante más altruista. Por el contrario, el yo ampliado rara vez desborda el ámbito de la comunidad que nos es más próxima, degenerando en supremacismo con harta frecuencia. Permitidme por eso definir al supremacismo como un artefacto mental aprendido, e incorporado al sistema de recompensa encefálico, al que se recurre para alcanzar la autocomplacencia los otros próximos mediante. De más está aclarar que este manido recurso no interpela acerca del mérito propio, que se da por descontado por el solo hecho de compartir un común acervo, y obnubila el raciocinio exacerbando los sentimientos de pertenencia, pero también, y más vehementemente, los de rechazo hacia quienes no forman parte de ese restringido club del que nos reservamos el derecho de admisión.

Ya sabemos que la manifestación más execrable del supremacismo es el racismo. Esa estulta pretensión de creernos superiores por tener una piel de un cierto color, mostrar unos rasgos faciales determinados o un particular tono de pelo. Tal absurda aspiración también infecta tácitamente las ideologías nacionalistas, cuya obsesión por diferenciarse solo puede explicarse en base a sentirse de algún modo mejores y, de igual forma, los regionalismos y hasta los desaforados sentimientos de pertenencia a sus "patrias chicas" de algunos.

Pero el supremacismo no solo se revela ante la variopinta coloración de las personas o en el frenesí de trazar fronteras y delimitaciones, se estimula también entre quienes comparten una determinada ideología. El ejemplo más evidente de esto se da entre los creyentes de las distintas confesiones religiosas. Al principio, se pensaba que los dioses propios eran más poderosos que los de los enemigos, de modo que aquellos sojuzgaban a estos otorgando la victoria a sus devotos. Luego, se reparó en que, como entre los humanos, también entre los dioses los debería haber superiores, así que se dio paso al supremoteísmo y, con este, al monoteísmo. Todavía hoy, quienes creen en un solo dios solo consideran verdaderos sus dogmas y falaces los de todos los demás. Más aún, se autodefinen como "el pueblo elegido", poniendo en cuestión la racionalidad de su divinidad que, supuestamente todopoderosa y omnisciente, crea a la mayoría como errados descreídos para segregar a unos pocos escogidos.

Con esto ya habrá visto el lector que estoy convencido de la ubicuidad del supremacismo: en mayor o menor medida nos coloniza  a todos, aunque en muchas ocasiones por vergonzante no lo exterioricemos, y se muestra en todos los ámbitos y a todas las escalas, como fractálicas muñecas rusas; hasta nos creemos algo mejores por ser aficionados de un determinado equipo de fútbol...

 
 
 

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