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15 noviembre (2): Cien

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 15 nov 2020
  • 3 Min. de lectura

Era el 20 de marzo, estábamos a punto de alcanzar el punto más álgido de la primera ola de la pandemia y se había decretado el confinamiento domiciliario. Fue el tiempo de las telecomunicaciones y las redes sociales; brutalmente apartados de nuestros círculos de amistades y, muy frecuentemente, reconvertidos a teletrabajadores, hubimos de sustituir el perdido contacto físico por el recurso tecnológico. El Wahtsapp y las vídeo llamadas a varias bandas echaban humo; daba igual si lo que se pretendía era saber cómo estaban tus próximos o, simplemente, aliviar la tensión por mor de la distante compañía, la chanza o el chascarrillo.

A mí, que ya antes de todo eso, me sobraba el tiempo, me embargó la necesidad de comunicar, de compartir con mis semejantes el vendaval de emociones que me agitaba. Así que, ese buen día, y sin proyecto de permanencia alguno, envié por Wathsapp mi inicial reflexión "en alto" a un restringido colectivo de familiares y amigos. Se titulaba "La Cuaresma" y, si lo deseáis, podéis redescubrirla como la primera de las entregas de este blog. Entonces no era más que un mensaje aislado que inmediatamente fue seguido de otros, todavía sin frecuencia bien definida. Más tarde llegó la periodicidad y, después, el abandono de la fórmula mensajera por la creación de este blog al que, eso sí, incorporé todos los artículos que había redactado con carácter previo a su existencia.

Total que, tras poco menos de ocho meses, os entrego esta centésima columna de la serie. Debo confesaros que, en reiteradas ocasiones, he considerado la posibilidad de que su título fuera "Y cien". No me hubieran faltado razones para ello; el número de las vistas, tras crecer moderadamente en un principio, se estabilizó durante un tiempo, para declinar paulatinamente después. Sois muy pocos los que aún permanecéis fieles a la doble cita semanal, y no se lo reprocho a quienes se han ausentado de este nuestro rítmico encuentro, seguro que lo que cuento, o sobre lo que polemizo, no ha conseguido suscitar el suficiente interés; tal vez hasta la calidad literaria no dé la mínima talla. Pero, pese a constatar la mediocridad de mi esfuerzo, he decidido seguir adelante con esta periódica incursión en vuestro espacio intelectual, quienes y cuantos seáis; porque, mis queridos amigos (lo sois de todo corazón), percibo el presente momento con los mismos tintes dramáticos que teñían aquel ya lejano equinoccio; de hecho, la segunda ola de la infección ha obligado a nuevas restricciones de las libertades individuales y, con ellas, retorna el tiempo para la introspección y el sosegado análisis de qué es lo que está pasando con este acelerado y desnortado mundo, y cómo esta insólita experiencia está afectando a nuestra forma de ver la vida; razones más que suficientes para que siga explorando la actualidad con esa inercia que me gustaría mantener, aunque ya sabéis que es misión imposible: no hay cuerpo ni mente alguna que no se vea afectada por fuerzas de diversa índole.

En fin, que este podía haber sido un punto y final y, sin embargo, se queda en un punto y seguido, con la esperanza de reforzar mi sintonía con vosotros, de renovar la complicidad que, por lo menos durante un tiempo, parece que supe suscitar. Si, después

de todo, soy capaz de provocar una adhesión, un rechazo, una polémica o, sobre todo, una sonrisa cómplice, daré por bien empleado mi tiempo y, permitidme la insolencia, el vuestro. Un abrazo.

 
 
 

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