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15 noviembre (1): Poniendo puertas al campo

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 15 nov 2020
  • 3 Min. de lectura

Este es el noveno día en el que debemos arreglárnoslas sin bares ni restauración. Antes, y merced al estado de alarma decretado, se había implantado el toque de queda y otras medidas restrictivas de las libertades más fundamentales.

Sea como fuere, la tarde del sábado 7 de noviembre, la primera sin tabernas, me di una vuelta por el centro del pueblo cuando la oscuridad ya se había enseñoreado de la calle. Nunca había visto tanto jolgorio, pero debo añadir que no me sorprendió en demasía; con todas las opciones de ocio clausuradas, la población confinada perimetralmente en su municipio de residencia y el buen tiempo, no quedaba otra alternativa que vagar sin mucho criterio y aprovechar la elevada concentración de viandantes para tropezarnos con las amistades y compartir nuestras cuitas.

Algunos, claro, no se detuvieron en ese ejercicio inocente y regocijarse con esa mínima libertad; pude ver nutridos grupos de personas (¡ojo!, no necesariamente jóvenes) reunidas en torno a una abundante provisión de latas de cerveza recién adquiridas, y tan amontonadas, o más, que las que no hacía mucho tiempo poblaban las proscritas terrazas. Esa tónica, como la del buen clima, se ha mantenido durante toda la semana: calles repletas de paseantes y comercios de toda índole llenos hasta límites poco compatibles con la normativa de seguridad.

Pero aquí no acaba la cosa, los consejeros, miembros de la Comisión Técnica que asesora al Lehendakari en materia COVID, ignoraron que la restauración es un servicio de primera necesidad en esta sociedad que nos hemos dado. Quiero decir que la comida precocinada, y aún los platos completamente preparados, son imprescindibles para el normal discurrir de los modernos hogares, donde todas las personas en edad productiva dedican la mayor parte de su tiempo al trabajo fuera de casa. Por eso, y a contrapié, se tuvo que permitir la continuidad de la venta de este tipo de productos en establecimientos especializados y, también, en otros más generalistas (las tiendas de "txutxes" también tienen cámaras frigoríficas repletas de platos, listos tras el correspondiente calentón en el microondas, y de cervezas y refrescos en su punto de temperatura para el consumo inmediato). Naturalmente que esta circunstancia no pasó desapercibida para el sector de la hostelería, tan zarandeado en los últimos tiempos, de modo que inmediatamente recurrieron el estado de cosas, ya que ellos, como manipuladores de alimentos autorizados, estaban igualmente legitimados para esa clase de reparto minorista.

El Gobierno Vasco no ha tenido otra opción que aceptar lo legalmente evidente y ha puesto como condición que sus clientes lo sean mediante pedido previo. Claro que... ¿quién se va a poner a perseguir el menudeo de cafés y pintxos de tortilla? Después de todo, los bares siempre sirven a demanda del cliente, lo que viene a ser un pedido consuetudinario. Total, que en mi pueblo hay ya un montón de tabernas que han montado un pequeño mostrador a su entrada y sirven indiscriminadamente "para llevar". El resultado sanitario es que los clientes de estos locales se amontonan en torno a sus puertas en concentración equivalente o mayor que la que mostraban las vituperadas terrazas.

En definitiva, que creo que a las autoridades les pasa con la libertad como a los plomeros con el agua; que si sellan una fuga se abre inmediatamente otra; porque, mis queridos lectores, los fluidos tienen la asombrosa capacidad de hallar cualquier vía de escape.

Por cierto, cuando llegaba al fin de la redacción de este artículo, me han contado que, en un pueblo próximo cuyo nombre prefiero no citar, un astuto churrero ha instaurado el "txurropote" de los jueves. De modo que ofrece un atractivo "pack" de frituras variadas y chocolate caliente por un módico precio. Que siga la mascarada.

 
 
 

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