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15 agosto 2021 (2): Los bares al Olimpo

  • Foto del escritor: Javier Garcia
    Javier Garcia
  • 15 ago 2021
  • 2 Min. de lectura

En esta columna ya he ensalzado el decisivo papel social de los bares, puesto de manifiesto de manera muy especial durante los tiempos más duros de la pandemia. Lo que no imaginaba es que su modelo de interacción social subiera a los altares y fuera adoptado por muchos otros ámbitos relacionales de lo más alejados del ocio y la francachela.

Y es que, queridos amigos, uno va por la calle y se sorprende de contemplar mesas, sillas y barras en espacios de negocio de lo más insospechados. Todos los bancos, con una falta de originalidad rayana en el seguidismo más burdo, nos ofrecen sus oficinas para que nos tomemos un café y dispongamos de un Wi-fi seguro para efectuar las transacciones digitales que deseemos (eso sí, a poder ser sin requerir del auxilio de ningún bancario). Pero es que no son solamente las entidades financieras las arrastradas por esta nueva tendencia, así también domestican nuestra natural desconfianza los de las telecomunicaciones; y, esto no es todo, el otro día comprobé horrorizado que los vampiros energéticos han dispuesto sus oficinas de esa idéntica guisa, que es el nuevo estilo de las aseguradoras, que lo emplea una potente franquicia de enseñanza del inglés y que hasta los vendedores de alfombras orientales te sirven algo mientras eliges entre la lana y la seda.

Algo tendrá el agua cuando la bendicen. El sosegado consumo de cualquier bebedizo en agradable compañía y en el supuesto ejercicio de la más completa libertad debilita las defensas del incauto y hasta baja la guardia de los más escépticos y desconfiados. Justo lo que persiguen estos encantadores de serpientes: que el cliente se siente junto a su proveedor sin guardar la debida distancia entre quien vende y quien compra, que se rebajen las exigencias y se olviden las cauciones, que se confíe en el interlocutor más de lo que la experiencia nos enseña y que, en definitiva, no formulemos enojosas cuestiones acerca de las comisiones, el tiempo de obligada relación contractual o las tarifas de los servicios que excedan de los originalmente contratados.

Es, si me permitís el símil, la técnica del palo y la zanahoria: o transigís con esta impostada relación personal que suele acabar sacándoos hasta las entretelas, u os ponéis en manos de aplicaciones telemáticas, de la inteligencia artificial o de la premiosa atención telefónica. Por supuesto que, cuando de reclamaciones se trata, las mesas, la musiquita relajante y las tacitas entrechocadas dan paso a la evasión de responsabilidades, el peloteo entre departamentos y la abrumadora burocracia, esa que tan prescindible parece cuando de firmar un nuevo contrato se trata.

Pero en fin, ¿quién se sustrae al embrujo del bar? Ese lugar mágico desde la noche de los tiempos en el que los hombres encontramos la compañía de los otros parroquianos, parecemos iguales, nos mostramos lenguaraces, compartimos cuitas y damos rienda suelta a nuestras más bajas pasiones. Ese sitio donde la proximidad no es sinónimo de trabajo, sino de ocio, de descanso; recóndito refugio donde nos sentimos por encima de nuestros jefes, a quienes vituperamos sin temor a represalias, hacemos escarnio de nuestros enemigos y confesamos nuestras más secretas frustraciones.

Bueno, os dejo, que me voy a tomar algo con unos amigos.

 
 
 

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