14 junio: Convivir
- Javier Garcia

- 14 jun 2020
- 3 Min. de lectura
Ahora que solo resta una semana para la "nueva normalidad" es, creo, el momento de echar la mirada atrás y hacer balance. Hoy he decidido, pues, hablar del pasado. El pretérito, como las sentencias que ocupaban los frontones de los templos clásicos, está labrado en piedra indeleble; no podemos, por tanto, alterarlo, solo aprender de él y, si es posible y el dolor de la enfermedad y la muerte nos lo permite, regocijarse con lo bueno que nos trajo, que también lo hubo.
Ha sido un tiempo para hacer hogar. Muchos de los que trabajaban dejaron de hacerlo, o desempeñaban su actividad laboral desde casa. Cesaron los desplazamientos, profesionales y turísticos. Retornaron los estudiantes que cursaban sus carreras lejos de sus residencias. Se interrumpió el ocio compartido. Se clausuraron los estadios deportivos, los teatros, los cines, dejó de sonar la música en directo. Hasta los breves y motivados paseos se realizaban en solitario y abreviando al máximo el tiempo de ausencia.
Así que el bullicio se refugió entre las cuatro paredes de las cada vez más pequeñas residencias. Algunos perdieron la exclusividad de sus habitaciones, otros la amplitud de su sofá favorito; los más la posibilidad de zapear sin que los demás televidentes pusieran el grito en el cielo. Se volvió a cocinar, de nuevo silbaron las ollas a presión el himno de la victoria de la fibra sobre la proteína; tras mucho tiempo de dietas individualizadas, transigimos con el menú compartido, la mayoría de las veces sin poder objetar; se racionalizó, en fin, el gasto en la voluminosa cesta de la compra. Hasta los molares, habituados a la blandura de la comida rápida, hubieron de reaprender su viejo oficio de masticar.
Dimos uso a ventanas y balcones, últimamente decadentes y apenas visitados con el exclusivo fin de la ventilación. Desde ellos homenajeamos a los servicios públicos y, también, todo hay que decirlo, montamos guardia por si alguno de nuestros vecinos gozaba del vedado espacio exterior más que nosotros.
Ensuciamos y ocupamos mucho, así que hubimos de limpiar más, de reorganizar nuestros armarios, de optimizar el poco espacio disponible, hasta de devolver la función a ropa y dispositivos tiempo ha arrumbados.
Y hablamos; dialogamos y discutimos como nunca lo habíamos hecho. La televisión convencional y las plataformas de contenidos no daban de sí como para llenar las largas y, por entonces, bastante oscuras jornadas. Así que nos dimos a la plática ininterrumpida: directa y telemática, no importa si trascendente o banal. Nos dijimos muchas cosas; algunas quisiéramos no haberlas pronunciado, porque han dejado heridas de imposible curación, otras, por el contrario, cauterizaron viejas laceraciones y unas pocas, maravillosamente mágicas, devolvieron el amor a la vida.
Para bien o para mal, después de esta experiencia, nos conocemos mucho mejor que antes. Y es que, para nuestra mayúscula sorpresa, sabíamos bien poco de las cuitas de los seres más queridos; esas que el discurrir de los días de hacinamiento y el coloquio irreprimible han dejado al descubierto. De aquí en adelante tendremos más elementos de juicio para empatizar, para compartir, para, en suma, acompañar.
Pero hemos llegado al fin de la excepcionalidad. El que había visto interrumpida su actividad tal vez haya sido de nuevo requerido. El del teletrabajo habrá reanudado su quehacer presencial. El estudiante ha vuelto a su campus universitario. Los niños han retornado a la escuela. Las ventanas y terrazas, tan olvidadas como antes de la pandemia, acumulan polvo y desolación. El silencio se enseñorea de la casa, que ha dejado de ser templo de las confidencias para conformarse con acoger el descanso de sus residentes, otra vez distantes y ensimismados.
La cotidianidad se abre paso, y está bien que recuperemos nuestro pulso ordinario. Pero..., a mí personalmente me aflige un cierto sentimiento de pérdida; me abruma la convicción de que nunca más gozaré de otra oportunidad semejante para convivir tan intensa y prolongadamente con los que más quiero; que, al menos alguno, solo regresará a mí de Pascuas a Ramos y en muy fugaces visitas. Todos volvemos al mundo, que nos reclama. Yo, con nostalgia indisimulada. ¿Y vosotros?

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