13 septiembre (2): Apagando incendios
- Javier Garcia

- 13 sept 2020
- 2 Min. de lectura
Ahora que las llamas del calentamiento global, ese que el actual presidente de los Estados Unidos negaba, están causando una apocalíptica devastación en California y otros estados de la costa oeste, me viene a la cabeza una expresión que, cuando trabajaba remuneradamente, usaba con harta frecuencia: "apagar incendios". Seguro, querido lector, que tú también la empleas, porque son muchas las ocasiones en que lamentamos que se nos vayan las jornadas en atender contratiempos, igual de inesperados que urgentes, en vez de concentrarnos en los proyectos más relevantes, que siempre requieren de la debida planificación y el sosiego que propicia la creatividad.
Para tu consuelo y el mío, te diré que todo esto de hacer las cosas "a salto de mata" ha sido una constante en las pequeñas historias de todos los seres humanos y, lo que es más preocupante, también en la Historia con mayúsculas. No hay más que fijarse en esta dichosa pandemia del coronavirus, que nos pilló cual amante sorprendido en el tálamo marital, y ello pese a que semejante modalidad de cataclismo estaba más que anunciada. Ni social ni sanitariamente se habían adoptado las medidas profilácticas y cautelares debidas y, lo que es peor, tampoco había protocolo alguno para una vez la expansión de la infección fuera imparable. Así las cosas, y sin arrogarme la condición de profeta, es fácil pronosticar que también nos pillarán "con el carrito del helado" la reelección de Trump, el Brexit salvaje, el calentamiento global, la invasión del plástico, la deforestación acelerada de los pocos espacios naturales que nos quedan o la siguiente patología vírica de alcance planetario. Más aún porque estos nuevos, o ya pertinaces, focos incendiarios van a progresar justamente cuando estemos muy ocupados tratando de extinguir el que no supimos prevenir; así que avanzarán, están avanzando ya, sin bomberos ni medios suficientes que los controlen.
Creo que esta incapacidad de prever, de aprovisionarse suficientemente para los malos tiempos, es consustancial a nuestra biosfera. La selección natural no ha podido sino escoger a quienes eran capaces de salir mejor parados del riesgo mortal inmediato. Por eso, y aunque nos las demos de muy inteligentes y de distintos, en lo esencial nuestro comportamiento, preferido evolutivamente a los alternativos por eones, no difiere gran cosa del de nuestras mascotas que, pese a vivir en un entorno seguro, solícito y confortable, no harán cuentas de un mañana para ellos inexistente y, si descuidas abundante comida a su alcance, perecerán por empacho.

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